- Alina Perera Robbio
- 25 de Noviembre de 2024
- En este articulo: Memoria Histórica
Cuando pareciera que el mundo muere, cuando asistimos espantados a un holocausto y al peligro de la última guerra global, un sentimiento llamado Fidel sigue echando flores en el corazón de millones.
Una de las definiciones más bellas de las que tengo referencia, cuando se trata de la Revolución cubana, es esa que afirma que ese suceso es un torrente de sentimientos. Así lo pensaba Haydee Santamaría Cuadrado -una de las mujeres más grandes de la Revolución, y de la Patria-; y así lo hizo saber en algún momento de su vida.
Más de una vez en la historia se ha dicho que las ideas pueden resultar imprecisas y hasta erráticas en algún instante, mientras que los sentimientos conforman una fuerza honesta, cristalina. Tan es así, que por mucho que avance la tecnología no habrá máquinas capaces de albergar, de replicar sentimientos.
Los grandes pedagogos, los primeros de la nación cubana, hablaron de sembrar primero los sentimientos en el alma del discípulo para después poner en su ánimo, a través de la enseñanza, eso que llamamos instrucción. Esa fue una mirada profundamente humanista y esperanzada en la virtud: pensar en los sentimientos como las primeras piezas con las cuales construir un ser de bien.
Las reflexiones de estas líneas emergieron con asombrosa fuerza hace unos días, cuando escuché decir a una joven poetisa, estudiosa del pensamiento y la obra del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, que en la hora en que él dejó el plano terrenal se convirtió en un sentimiento.
Todavía recuerdo aquella única estrella brillando en el cielo de la noche del 29 de noviembre de 2016. Todo era muy oscuro en la bóveda celeste. Solo el astro aquel parecía custodiarlo todo. Era martes y, en la Plaza de la Revolución, cientos de cubanos y amigos de otras latitudes se habían concentrado al pie del Martí gigante y pensativo para mostrar gratitud y cariño.
Era la velada porque Fidel había dejado de acompañarnos en la dimensión de lo tangible —«Hasta los noventa…», había dicho él a dos compañeros de lucha cuando en cierta ocasión habló de acompañar—. Y así fue. Misteriosamente.
Muchas verdades -como ya he escrito antes- fueron escuchadas aquella noche: pocas vidas como la de Fidel han sido tan completas y luminosas; partió invencible, absuelto por la historia de la Patria; volvió a enrolarse en el Granma; zarpó casi en el mismo momento de hace 60 años; siempre regresará convertido en millones de seres inconformes; él pertenece al linaje de los que se quedan velando; la Isla, y él, coloso de nuestra Era, símbolo de la resistencia, cambiaron el mundo.
Vuelvo ahora a Haydée Santamaría, quien a raíz de la desaparición física del Guerrillero Heroico escribiera: «Che: ¿dónde te puedo escribir?». Porque a mí, en actitud similar, me gusta pensar: «Fidel: ¿Desde dónde saludarte?»
Movida por esa pregunta, también escribí hace algún tiempo que hay una dimensión, la de las ideas, que puede obrar el escape del tiempo; que Fidel no se fue a un lugar lejano; que su presencia se multiplica; y que no se ha convertido en poesía porque ya lo era.
Sobre esto último, el fragmento de un texto titulado Realidad de la poesía y que nuestro poeta Nicolás Guillén publicara el 18 de octubre de 1960 en el periódico Hoy, me confirma lo ya meditado: «Pues poesía no es solo aquella que se encierra en el verso o en la prosa, la que puede vibrar en el lenguaje, sino asimismo la que se precipita a la acción. Tenemos la sospecha de que Fidel Castro no ha escrito nunca un pareado, pero nadie osaría negar la grandeza épica y la ternura lírica de toda su obra revolucionaria, que es un vasto poema, como ningún poeta ha escrito jamás en Cuba hasta hoy».
Que Fidel se haya convertido en sentimiento, que sea lirismo significa -para mí- que él está donde hay mujeres y hombres movidos por la certeza de que se puede luchar y vencer; de que es mejor no tener miedo; de que es bello ser consecuentes hasta el final; de que todo ser humano tiene sus reservas de vergüenza; de que, aun cuando la entrega se tropiece a menudo con la ingratitud probable de los hombres, no debemos perder la fe en la virtud.
En todas partes, allí donde se batalle por la dignidad y la felicidad, está Fidel. Para mi está hoy en los desvelos de la ciencia, en todos los que obraron la hazaña de fabricar vacunas cubanas para salvar al pueblo de la COVID-19; en los rostros curtidos y valientes de quienes siguen defendiendo la vida -como los hijos del municipio de Pilón en la provincia de Granma, allí donde la actividad sísmica hizo -hace tan solo días- grietas en lo físico pero no en la perseverancia-.
Fidel es un sentimiento que mueve a esos héroes levantando postes eléctricos y restaurando gigantescas torres tras el paso de huracanes; es una fuerza que mueve al descamisado bajando arroz del barco acabado de llegar; es un ejemplo que impulsa al trabajo incesante, al sí se puede, al afán de belleza, a la solución quijotesca de todos los entuertos.
Es, como dijo el Presidente Díaz-Canel en aleccionador encuentro con pioneros cubanos, la fuente de donde hay que beber en todo momento; cuando estoy ante una situación difícil, decía a los niños, lo primero que hago es pensar qué haría Fidel.
Fidel es la lágrima pura, invisible, por el dolor del otro; es la certeza de que la suerte está echada; y es sobre todo la capacidad de seguir, de saber que podemos ser destruidos pero jamás derrotados -porque la actitud lo es todo-; y es la esperanza incluso en los días más tristes.
Cuando pareciera que el mundo muere, cuando asistimos espantados a un holocausto y al peligro de la última guerra global, un sentimiento llamado Fidel sigue echando flores en el corazón de millones: «No tenemos otra alternativa -dijo el excepcional luchador- que soñar, seguir soñando, y soñar, además, con la esperanza de que ese mundo mejor tiene que ser realidad, y será realidad si luchamos por él. El hombre no puede renunciar nunca a los sueños, el hombre no puede renunciar nunca a las utopías. Es que luchar por una utopía es, en parte, construirla».