VENCEDOR Y TORCAZA: DOS MAMBISAS NACIDAS EN MAYO
Por María Luisa García Moreno
Me han estremecido un montón de mujeres Mujeres de fuego, mujeres de nieve.
Silvio Rodríguez
La Guerra de Independencia en Cuba (1895- 1898) concluyó con la intervención norteamericana en una contienda que ya los mambises tenían ganada, lo que representó la frustración de los anhelos de soberanía del pueblo cubano.
El general en jefe Máximo Gómez estableció su cuartel general en el central Narcisa, en el actual municipio de Yaguajay, Sancti Spíritus, donde se mantuvo a la expectativa, observando el desarrollo de los acontecimientos. El 8 de febrero de 1899, partió desde Remedios en un tren especial con destino a la capital. Su recorrido pasaría por Taguayabón, Camajuaní, Salamanca, Placetas, Floridano, Vega Alta, Encrucijada, Cifuentes, Sitiecito, Sagua la Grande, Cruces, Palmira, Cienfuegos, Santo Domingo, San Pedro, Colón, Jovellanos, Coliseo, Matanzas, Güines, San Felipe, Bejucal, Ciénaga, Marianao… En cada lugar, fue objeto de un caluroso recibimiento por parte de la población, tal y como había ocurrido durante su entrada a Caibarién; aunque en esta localidad del centro de la Isla, el general desfiló del brazo de dos mujeres: las agentes Vencedor y Torcaza.
La agente Vencedor era María Escobar Laredo (Caibarién, 8 de mayo de 1866-3 de julio de 1919) —también conocida como la Coronela o Esmeralda—, quien había sido su principal confidente y cuyos informes de inteligencia contribuyeron de forma notable al éxito de la Campaña de La Reforma.
Nacida en cuna de oro, María llevó la vida propia de la mujer de entonces. Tenía 23 años cuando se casó con un comerciante español, de quien tuvo dos hijos: un varón, que murió con solo tres años y una niña. Sin embargo, la vida del matrimonio no fue fácil, pues la joven profesaba ideas separatistas y su casa se convirtió en centro de conspiración y apoyo al mambisado; todo ello provocó desavenencias en la pareja y, al estallar la guerra, el esposo marchó hacia Estados Unidos.
Al llamado del Partido Revolucionario Cubano (PRC), María había fundado y presidido el club Vencedores, integrado por 48 patriotas — hombres y mujeres—, que combatían clandestinamente contra el enemigo. Luego del estallido redentor, este club realizó fundamentalmente labores de inteligencia militar. María y sus colaboradores sacaban del país a mambises encargados de traer expediciones e infiltraban estas por lugares seguros de las costas villareñas, además de recopilar información acerca del movimiento de las fuerzas hispanas. El aporte del club Vencedor a los campamentos del Ejército Libertador en armas y municiones, alimentos y medicinas, así como en ropas y zapatos fue significativo.
En varias ocasiones fue llevada a la comandancia militar, por ser descubiertas por las autoridades españolas algunas de sus actividades; sin embargo, siempre logró dar explicaciones satisfactorias que a los peninsulares no les quedó otra que aceptar. Mantuvo una valiosa correspondencia con los principales jefes de la insurrección en esta provincia, entre ellos, el general Carrillo y el propio general Máximo Gómez, con quien mantuvo una cálida amistad, incluso en la paz.
Al concluir la guerra, María lo visitó en su campamento y durante la estadía del Generalísimo en Caibarién, lo acompañó en todos los actos oficiales; Gómez la distinguió con el grado de coronela por su valiosa labor clandestina, aunque ello no aparece recogido en los documentos oficiales. No obstante, tras su muerte, los veteranos le rindieron guardia de honor y fue enterrada de acuerdo con su jerarquía militar.
Hoy el Museo Municipal Coronela María Escobar Laredo, de Caibarién, ubicado en el antiguo Liceo, le rinde homenaje a la insigne patriota al llevar su nombre. La institución está considerada Monumento Nacional.
En cuanto a su amiga, la remediana Antonia Romero Loyola (5 de mayo de 1831-10 de junio de 1896) fue madre de nueve hijos concebidos en dos matrimonios y a todos inculcó el amor a Cuba, por lo que, de una u otra forma, participaron junto a ella en la lucha. Era conocida como la agente Torcaza o Águila.
Al estallar la guerra, se fue a la manigua; pero regresó a Remedios con el objetivo de marchar hacia Tampa en una misión. Delatada, terminó recluida en la Casa de las Recogidas (creada para encerrar prostitutas y devenida cárcel de mujeres), en la calle Egido, de La Habana, donde permaneció durante varios meses.
De nuevo en su hogar, reinició sus actividades en pro de la independencia patria. Creó el Club Patriótico de Remedios, que contribuyó a la causa recaudando medicinas, armas y dinero —Antonia donó los 5000 pesos que guardaba para sufragar los estudios del hijo menor—, así como confeccionando hamacas y ropas de campaña, que remitían a los campamentos mambises.
Fue la encargada de recibir el cable en el que se anunciaba la intervención norteamericana en la guerra, con la comisión de hacerlo llegar al general Gómez.
Al concluir la contienda y arribar Máximo Gómez a las tierras del ingenio Jinaguayabo, de Caibarién, Antonia consiguió del dueño de dicha fábrica de azúcar la cesión de la casa vivienda para organizar en la planta baja un hospital mambí y en la alta se ubicaron los generales Gómez y Carrillo con sus respectivos estados mayores. Además se dedicó a recaudar alimentos y ropas para las tropas del Ejército Libertador, que se hallaban en una lamentable situación.
Por eso, cuando Gómez llegó a Remedios se hospedó en la casa de esta patriota, reconoció sus extraordinarios méritos en la retaguardia mambisa y le otorgó el grado de capitana del Ejército Libertador, hecho que tampoco aparece recogido en los documentos oficiales.
Cuando falleció Antonia, su entierro fue una verdadera manifestación de duelo popular. Una calle de Remedios, su pueblo natal, lleva su nombre en homenaje de eterna recordación a la abnegada patriota.
Aún en vida de ambas mambisas, se hizo popular una copla que decía:
Viva María, la Coronela,
viva Antoñica, que lo es también,
y vivan todas las remedianas
y las cubanas de Caibarién.