ANTONIO MACEO: RAZONES PARA UN NOMBRE 

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ANTONIO MACEO: RAZONES PARA UN NOMBRE

Por María Caridad Pacheco González

Dra. C. y vicepresidenta de la Unhic.

Hace algún tiempo, trabajaba en el Centro de Es­tudios Martianos, cuando recibí el encargo de fun­damentar la designación con el nombre de Anto­nio Maceo Grajales —a partir del supuesto origen venezolano del Titán— una obra que une a los pueblos de Cuba y Venezuela en ese verdadero modelo de integración de los pueblos que es la Al­ternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). He aquí, resumidos, los criterios que entonces transmití acerca del asunto, lo que también ofrece la posibilidad de rendir tributo al progenitor de los Maceo por la celebración en junio del Día de los padres.

Antonio Maceo y Grajales nació en Santiago de Cuba, Oriente, el 14 de junio de 1845. Hijo de Ma­riana Grajales Cuello y de Marcos Maceo, durante mucho tiempo hubo la certeza de que su padre era venezolano por nacimiento y que había pres­tado servicios en las fuerzas armadas coloniales como soldado del Batallón de Leales Corianos que se batió contra las fuerzas bolivarianas.

Mucho se ha debatido en torno a la figura del padre de Antonio Maceo, en particular des­de que en la Revista Del Caribe la historiadora Olga Portuondo escribió el artículo “El padre de Antonio Maceo: ¿venezolano?”, posteriormente ampliado en el libro Visión múltiple de Antonio Maceo del que fue coordinadora, y autora del trabajo “El santiaguero, Marcos Maceo”. Consi­deramos concluyente la partida de bautismo de Marcos Maceo en la iglesia de Santo Tomás, en la que aparece inscrito como hijo natural de Clara María Maceo en mayo de 1808.

Marcos Evangelista (Michulí) Maceo nació el 21 de abril de 1808, en la populosa y heterogénea barriada de Santo Tomás, de Santiago de Cuba, según partida bautismal del 1.o de mayo de dicho año, registrada en la parroquial homónima, y en la que reza ser hijo natural de la parda Clara Ma­ría Maceo, una mujer de origen hasta ahora des­conocido, pero establecida en esta ciudad, por lo menos desde 1801, cuando dio a luz en esta población al que probablemente fue su primogé­nito: Justo, y del que también hay constancia en los archivos de dicha iglesia. Vástago ilegítimo de José Michulí Hernández, santiaguero blanco de cuya existencia y paternidad sobre Marcos se conoce por misiva del referido Michulí a las au­toridades españolas, y revelada por la Dra. Olga Portuondo hace un tiempo ya.

De manera que Marcos no fue natural de Ve­nezuela —como casi todos los biógrafos de la familia Maceo-Grajales lo han aseverado, inclui­do José Luciano Franco—, ni formó parte de las fuerzas integristas que combatieron a Simón Bo­lívar en la guerra independentista que este lide­reó; ni participó en aquella conflagración, como tampoco se vino a Cuba con las tropas del ge­neral Tomás Morales, entre 1823 y 1825 —con­forme también se ha afirmado—; y según todo parece indicar, nunca salió de la Isla. De este modo, los documentos encontrados en los ar­chivos parroquiales de esa provincia verificaban el origen cubano y santiaguero del padre de los Maceo. Por su parte el historiador César García del Pino, buscó en los Archivos de Indias el dato de que hubiera sido integrante del Batallón de Leales Corianos y no lo encontró.

Para los cubanos lo más importante es el des­tacado papel que desempeñó este hombre en la educación de sus hijos, así como en la formación de ideales y principios de toda la familia. Tan­to él como Mariana no solo supieron inculcar en sus descendientes el amor patrio, sino una arrai­gada vocación solidaria y humanista, que consti­tuyeron las bases esenciales de sus presupuestos morales y de sus actitudes incondicionales en defensa de la Revolución.

Una vez iniciada la guerra de independencia, el 12 de octubre de 1868 se incorporó junto a va­rios de sus hijos al Ejército Libertador. A partir de ese momento, toda la familia Maceo-Grajales quedó incorporada al torrente revolucionario y el propio Marcos, incluso a veces bajo las órde­nes de su hijo Antonio, combatió heroicamente en los campos de Cuba Libre hasta alcanzar el grado de sargento. En mayo de 1869, en el asalto y captura de la guarnición del antiguo ingenio de San Agustín de Aguarás, recibió las heridas que le costaron la vida.

La recta actitud del viejo Marcos en el seno de su familia; el inmenso amor que le profesaban sus hijos, quienes reconocían su labor de padre; el respeto que inspiró a su excelsa y he­roica mujer, al igual que a su for­midable descendencia, se colige de la adolorida respuesta del mayor general Antonio Maceo Grajales, a José Martí, por la carta-pésa­me que este le hiciera, tras la muerte de Mariana el 27 de noviembre de 1893: ¡Qué tres dolorosos instantes!, los más infaustos momentos de su vida: la pérdida de su padre, el Pacto del Zanjón y la muerte de su madre.

De modo que aunque negué a los amigos de esa tierra hermana el origen venezolano de Mar­cos, les trasmití la certeza de que existen muchos otros nexos humanos y políticos que justifican plenamente la denominación, de una obra que vincula los lazos de amistad entre los pueblos de Cuba y Venezuela.

El protagonista de la Protesta de Baraguá es el gran soldado de nuestra historia que, a la fuerza de su brazo unió la de su pensamiento en una simbiosis que es legado permanente e imperece­dero para todas las generaciones. Es el hombre digno que proclamó que “la libertad se conquis­ta con el filo del machete, no se pide”, el antiim­perialista que rechazó la intervención yanqui en nuestro suelo y afirmó que “mejor es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”; es el internacionalista que en 1884 anuncia: “Cuando Cuba sea inde­pendiente solicitaré del Gobierno que se consti­tuya, permiso para hacer la libertad de Puerto Rico, pues no me gustaría entregar la espada de­jando esclava esa porción de América”.

En los comentarios que hace a la carta que di­rigió en 1881 al general español Camilo Polavie­ja, hay un fragmento que define su carácter y los objetivos de su vida heroica:

[…] amo a todas las cosas y a todos los hom­bres, porque miro más a la esencia que al ac­cidente de la vida; y por eso tengo sobre el interés de la raza, cualquiera que sea, el in­terés de la humanidad, que es en resumen el bien que deseo para mi patria querida. La conformidad de la obra con el pensamiento: he ahí la base de mi conducta, la norma de mi pensamiento, el cumplimiento de mi deber.

Su estancia en Centroamérica y en otros paí­ses de Suramérica no solo le permite una pro­yección múltiple de su practica solidaria, con nuevos aportes en todos los campos de la vida social, sino que le facilitó el desarrollo de nuevas alternativas para la lucha contra el colonialismo español en Cuba; a la vez que practicó una ori­ginal variante de cooperación con los pueblos de la región y ocupó importantes responsabilidades en el orden político-militar; ganándose por ello el apoyo gubernamental y popular.

Bolivariano fervoroso desde la adolescencia, el general Maceo poseía profundos conocimientos acerca de la obra del Libertador a través de las lecturas de la biografía de Felipe Larrazábal y el estudio de todo lo publicado sobre su vida, ideas y hazañas. Al respecto, escribió: “Bolívar se pro­puso a fuerza de sacrificios hacer la felicidad de la América del Sur y lo consiguió constituyendo cinco repúblicas, que hoy son respetadas por la misma España. ¿Por qué nosotros no podemos hacer lo mismo?”. Según algunos testimonios, atesoraba con devoción una daga con empuña­dura de oro y plata que tenía grabadas las ini­ciales “S. B.” y que había sido propiedad del Li­bertador. La valiosa reliquia, obsequiada por el padre de la patria venezolana a Antonio José de Sucre, llegó a manos de Maceo y el general en jefe de los ejércitos de Venezuela, Venancio Pul­gar, el Viejo Tigre Zuliano, certificó en 1886 su autenticidad.

La propia existencia del Libertador de Pueblos se debe a una mujer nacida en la ciudad natal de Marcos y Antonio: su primera nodriza, Inés Mancebo. Cuando nació el 24 de julio de 1783, su madre, doña María de la Concepción Palacios Blanco, convalecía de una tuberculosis que le im­pidió amamantarlo, por lo que fue su amiga Inés Mancebo de Miyares, también recién parida, quien amamantó en sus días iniciales al prócer americano, hasta que la negra Hipólita, esclava de la familia Bolívar, se hizo cargo de su crianza.

En resumen, son muchas las razones que justi­ficarían designar con el nombre de Antonio Ma­ceo, uno de los proyectos cubano-venezolanos que sitúan al ser humano como destino y razón de todos los empeños.

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