Editorial
La contemporaneidad en el quehacer de los historiadores
Con mucha frecuencia en los foros internos e internacionales se debate sobre la contemporaneidad como objeto de estudio en la investigación historiográfica. Lo cierto es que semejante asunto aún carece de consenso. No obstante, hay que reconocer que no escasean valiosos textos especializados en la historia política y económica de la Revolución Cubana indicativos del interés de nuestros especialistas por dicho periodo histórico.
Uno de los problemas necesitado de mayores reflexiones es el relativo a los límites cronológicos de la sociedad actual, cuando de definiciones teóricas se trata: precisar si el problema radica en concebir los aconteceres de la realidad inmediata como parte de nuestras exigencias epistemológicas o solo la que caracterizó los primeros veinte años del proceso revolucionario.
Tanto en una como en la otra variante debe primar el necesario conocimiento histórico para el desarrollo de la conciencia crítica sustentadora de los valores revolucionarios.
Dilucidar los cambios producidos en los procesos internos constituye la premisa fundamental para la determinación de una adecuada periodización que va más allá de los discursos y proclamaciones políticas.
Los historiadores poseen la posibilidad de establecer comparaciones y analogías con el pasado y, de esa forma, hacer más creíble su defensa ideológica. Los hechos demuestran la viabilidad del actual proyecto revolucionario, sin negar, por supuesto, sus deficiencias y errores.
Entre los retos mayores se encuentra el fortalecimiento de la historia social. Los problemas inherentes a la supervivencia de la marginalidad, la corrupción, las discriminaciones de todo tipo, entre otros flagelos de la sociedad actual pese a la obra emancipadora de la Revolución, tienen sus orígenes en las sociedades pasadas con sus largas estancias en el universo cubano. Las causas de su repetición en el presente requieren del análisis multidisciplinario de las ciencias sociales y de las históricas en particular. Sin embargo, esta última cuestión está poco presente en los estudios historiográficos caracterizados, en sentido general, por la prevalencia de enfoques y contenidos parcializados en temas y análisis.
Los avances sociopolíticos también exigen de valoraciones polisémicas. Las estadísticas son necesarias, pero insuficientes si no se muestran los modos de vida durante el pasado capitalista y neocolonial. A ellos deben sumarse los cambios en el andar cotidiano de la gente común de 1959 en adelante.
Un ejemplo notable lo ofrecen la campaña de alfabetización y las acciones educacionales dirigidas al desarrollo cultural del país; pero aún quedan pendientes las revelaciones de la intimidad de un proceso que creó nuevas expectativas y esperanzas en un buen número de cubanos. Lo mismo puede decirse de la reforma agraria, la cooperativización de la tierra, la ofensiva revolucionaria, la reforma universitaria, las escuelas en el campo, la defensa militar, las campañas internacionalistas y, en general, la solidaridad más allá de nuestro archipiélago, entre otras muchas hazañas del gobierno y el pueblo.
Lo interesante y necesario, para el conocimiento actual de nuestras realidades, es la develación de las circunstancias personales de los actores que intervinieron en tales realizaciones en medio del hostigamiento permanente por el vecino del Norte. Aún no se han estudiado las consecuencias espirituales de aquellos empeños sociopolíticos en la familia y en los participantes de aquellas gestas.
Ciertamente, la historia oral contribuiría al éxito de semejante labor, mucho más si algunos de nuestros archivos dan señales de deterioro progresivo. La recuperación y custodia de semejante legado es tarea prioritaria para quienes amamos la historia y comprendemos su misión favorable al mejoramiento espiritual. Recuérdese que no hay proyecto socioeconómico que avance o logre su objetivo si desconoce la historia que lo sustenta.
Las voces de la gente común, de los protagonistas en la construcción de una sociedad que aspira a perfeccionarse según las demandas actuales, deben protegerse de la desidia de los tiempos, porque revelan la sabiduría de los pueblos.
Serán siempre fuente y parte inseparable del conocimiento histórico y de la cultura en general.
La vida y obra de nuestro Héroe Nacional constituyen referentes obligatorios para el entendimiento sobre el complejo mundo en que vivimos. Se deben divulgar mediante la profundización de su ideario y actividades dentro de su contexto específico.
Daña su comprensión cabal cuando lo fragmentamos en palabras aisladas propias de las consignas políticas. Eso lacera su asimilación y vigencia además de provocar rechazos en quienes están urgidos de su sabiduría como pensador y patriota cabal. Cuestión que también induce a la sobredimensión de su personalidad al desconocerse los avatares y circunstancias de sus andares personales y políticos. La cercanía a él no solo se logra mediante el estudio de su excelsa obra, sino también en la revelación de las contradicciones y avatares de su tiempo histórico.
Lo anterior es aplicable al resto de nuestros pensadores y políticos relevantes. En la forma en que se divulgan sus quehaceres parece que carecían de liderazgo y que solo se les puede relacionar con determinados acontecimientos. Por ejemplo, a Antonio Maceo con la Protesta de Baraguá y la invasión a occidente, a Máximo Gómez con la tea incendiaria y a Calixto García por su famosa carta criticando la actitud de los jefes norteamericanos de no permitir el desfile de los mambises en 1898. Semejante reduccionismo del relato histórico facilita el desconocimiento de la historia en su totalidad y su papel a favor de la justicia social. La conciencia crítica se crea y desarrolla bajo los presupuestos del ejercicio de la verdad histórica. Ser fiel a ella nos engrandece como revolucionarios.
Dicha labor debe incluir la reivindicación de nuestros pueblos desde la colonia hasta los días presentes. El desconocido combatiente, el sencillo trabajador y hacedor de nuestras riquezas deben tener mayores espacios en las investigaciones.
Sin ellos no es posible transitar por los caminos del pasado con equidad, ni hay verdades que defender.
Resulta necesario fortalecer el vínculo entre la docencia y el campo investigativo. Mucho se ha discutido al respecto y numerosos acuerdos se han adoptado en los foros y encuentros científicos. Sin embargo, el camino todavía es largo y aún falta mucho por hacer, aunque la mayoría de los investigadores ejercen el magisterio. El problema se evidencia en una cierta falta de integralidad en los conocimientos de nuestros jóvenes, en cuyas manos está el futuro de la nación cubana.
No pocas veces, en este mismo espacio, hemos señalado la importancia de los estudios sociales sobre la República burguesa neocolonial. Los defensores actuales de dicho régimen social argumentan que Cuba era uno de los países más desarrollados del continente americano y que su modernidad alcanzaba los diferentes estratos de la sociedad, por lo que fue innecesario el triunfo revolucionario del 59, cuya existencia es el resultado del voluntarismo de sus líderes. Hay muchos argumentos en contra de semejantes planteamientos expresados en los libros de nuestros autores; pero aún quedan numerosos vacíos relativos a los problemas de la sociedad profunda de aquellos años que justifican con creces las razones del actual proceso revolucionario.
Igualmente, el movimiento de ideas generador de una conciencia crítica, portador de los proyectos emancipadores, merece un mayor espacio en las investigaciones.
Existen muchos retos para nuestra intelectualidad historiográfica.
En ella hay suficientes luces generadoras de nuevos entendimientos sobre el presente de un país que no sucumbe pese a sus grandes sacrificios. Desde la historia podemos contribuir al mejoramiento de la vida de nuestro pueblo.