Es esa continuidad a la que teme el imperio, porque significa victoria; es esa continuidad la que Cuba tiene para darle al mundo, y en ella late el corazón de Fidel
Autor: Oscar Sánchez Serra
Lo vimos médico, porque estudió el alcance de esas ciencias, pues la vida es el principal derecho humano, y lo hizo por Cuba y por el mundo. En medio del dolor de la covid-19, fue su obra viva por el desarrollo científico, por el cultivo del capital humano en esas ramas del saber, la que salvó, la que le dio al mundo a Abdala, porque repetiría con Martí: «¿Acaso crees que hay algo más sublime que la Patria?», y a Soberana, cuando una aberrante política imperial y homicida les negó el oxígeno a las cubanas y a los cubanos.
Se nos volvió un familiar y avezado meteorólogo en el seguimiento de los ciclones tropicales, porque se anticipaba para proteger a los suyos. Su desvelo lo llevó, literalmente, a caerles atrás a esos peligrosos fenómenos hidrometeorológicos, como si fuera uno de esos aviones cazahuracanes. Y dejó en las comunidades una de las frases más populares ante esos sucesos: «Ahorita llega Fidel».
Se quitó la toga de abogado para, desde la carpeta del economista, o del verdadero ideario revolucionario, demostrar que la deuda del Tercer Mundo era impagable. Entonces, no le faltó ese fino toque de humor, cuando, el 3 de diciembre de 1985, dijo que «me culpan a mí de decir que la deuda es impagable. Bien, pero la culpa hay que echársela a Pitágoras, a Euclides, a Arquímedes, a Pascal, a Lobachevsky, al matemático que ustedes prefieran, de la antigüedad, moderno o contemporáneo. Son las matemáticas, las teorías de los matemáticos las que demuestran que la deuda es impagable».
Hoy, ante la fragilidad del Sistema Eléctrico Nacional, por la imposibilidad de Cuba para adquirir combustible y piezas de repuesto, ha regresado con las herramientas de un ingeniero. Las caídas del Sistema Eléctrico Nacional, por falta de generación, debido a esas causas, o por las inclemencias del tiempo, como ocurrió recientemente con el huracán Rafael –que azotó a Cuba el pasado 6 de noviembre–, nos trajeron términos como microsistemas y generación distribuida, que son fruto de su pensamiento en el desarrollo del programa de la Revolución Energética, a principios de este siglo.
No hay empresa que le tribute bienestar al pueblo, sea pecuaria o agrícola; educacional o de salud; de la defensa del territorio nacional; o del ámbito intelectual –porque tenía claro que lo primero que había que salvar era la cultura ante los intentos de transculturizarnos, para arrancarnos de raíz la cubanidad–, que no haya vivido en su pecho de Comandante en Jefe.
Cuba no va por el mundo jactándose de su resistencia frente al imperio más poderoso que haya conocido la humanidad; tampoco anda de vanidosa por sus logros. Bajo la prédica martiana y fidelista, los comparte con los pobres de la Tierra.
No es la cubana una sociedad perfecta, pero el pueblo que la habita, sin pecar de chovinismo barato, es de los más nobles del planeta. Su mágica química de ternura y de firmeza la ha hecho invencible.
Se entrega sin límite a las causas justas, y la suya la defiende como una leona a su manada. Por eso es admirada y respetada, por eso es capaz de sobrevivir –que es igual a vencer– al genocidio que significa el bloqueo económico, comercial y financiero que impone el Gobierno de Estados Unidos, el sistema de medidas coercitivas unilaterales más abarcador, integral y prolongado que se ha aplicado a lo largo de la historia contra país alguno.
A la pequeña Isla, víctima del terrorismo de Estado de esa potencia imperial, se le incluye, cínica y de manera burda –pues es el mismo que la ataca el que la acusa–, en una lista de países patrocinadores de ese flagelo, justamente para justificar que se recrudezca, aún más, el criminal y perverso método de asfixia económica. Desde que nació es una política asesina, porque pretende matar por hambre, desasosiego y caos a todo un pueblo.
Sin embargo, Cuba se mueve, su proa sigue en el camino del triunfo. Esta pequeña ínsula no concibe la derrota, porque, en el argot deportivo, ha sido entrenada para ganar por el mejor entrenador, el que convierte los reveses en victorias. Fidel es ese preparador.
¿Por qué tanta aberración y hostilidad contra una geografía que no rebasa los 110 000 kilómetros cuadrados? Sencillamente le temen a su ejemplo, y a su entrenador. El Comandante en Jefe sigue vivo en ella, porque le dejó su rotunda y abarcadora fe en la victoria. En otras palabras, su «convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas».
Eso aterra al imperio, porque pensó que su partida física, a la que tanto apostó, haría desaparecer también esa certeza. ¡Qué ingenuidad la suya, jamás imaginó que ya era eterno!
No escuchó bien al General de Ejército Raúl Castro Ruz, otro invicto, quien, en la noche del 3 de diciembre de 2016, en la heroica y moncadista Santiago de Cuba, no solo despedía a su hermano, sino que mandaba un certero y claro mensaje de su Jefe a los bloqueadores y a sus secuaces odiadores: «La permanente enseñanza de Fidel es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer, hace una evaluación correcta de cada situación y no renuncia a sus justos y nobles principios. (…) Ese es el Fidel invicto que nos convoca con su ejemplo y con la demostración de que ¡sí se pudo, sí se puede y sí se podrá!».
Quizá lo idealizamos, pero no importa que así sea, pues encarna la idea más bella que un hombre es capaz de sostener en su pecho: Su obra toda está bordada de infinito amor.
Juan Gelman, desde Argentina, lo atrapó en hermosa lírica: la Historia parlará de sus hechos gloriosos / prefiero recordarlo en el rincón del día / en que miró su tierra y dijo soy la tierra / en que miró su pueblo y dijo soy el pueblo.
Hace solo unos días, cuando celebrábamos en Cuba el aniversario 35 de la firma de la Convención sobre los Derechos del Niño, el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República. Miguel Díaz-Canel Bermúdez, compartió con niñas, niños y adolescentes, en el mismo Palacio de la Revolución, en cuyos pasillos vive el paso firme de las botas del invicto barbudo.
Uno de ellos le preguntó: «¿Qué significa ser la continuidad de Fidel?». Y él le respondió: «Tú, yo, y todos ustedes, y el pueblo de Cuba, somos esa continuidad».
Es esa continuidad a la que teme el imperio, porque significa victoria; es esa continuidad la que Cuba tiene para darle al mundo, y en ella late el corazón de Fidel, el que, al decir de Gelman: /lo desplegó en el aire como una gran bandera / como un fuego encendido contra la noche oscura / como un golpe de amor en la cara del miedo / como un hombre que entra temblando en el amor / alzó su corazón lo agitaba en el aire / lo daba de comer de beber de encender.