Bonachea, protagonista de otro contundente Baraguá

Articulo Divulgativo

Por María Luisa García Moreno

“El hombre de Hornos de Cal no tiene igual

entre los que protestaron de la paz (del Zanjón).

Con menos recursos que Maceo, menos prestigio,

menos ascendiente, persistió por más tiempo […]

aquella figura no cede ni ante la hazaña

estupenda de Baraguá”.

José Martí

El general de división José Ramón Leocadio Bonachea Hernández había nacido el 9 de diciembre de 1845 en Santa Clara. Contaba con 23 años de edad cuando estalló la Guerra Grande y estuvo entre los 76 camagüeyanos que, conjurados por Salvador Cisneros Betancourt, se alzaron en el paso del río Las Clavellinas, el 4 de noviembre de 1868, con el objetivo de secundar la iniciativa de los orientales.

A las órdenes de importantes jefes del Ejército Libertador, como Ignacio Agramonte y Máximo Gómez, participó en numerosos combates y fue ascendiendo a diferentes grados por el valor demostrado en esas acciones.

Rechazó el Pacto del Zanjón firmado por los camagüeyanos el 10 de febrero de 1878 —justo, cuando Antonio Maceo obtenía una contundente victoria frente a los hispanos en el combate de San Ulpiano, lo que demuestra que las fuerzas cubanas no estaban vencidas—. Para mantenerse en pie de guerra estableció un centro de operaciones —incluía Remedios, Sancti Spíritus, Trinidad, Morón y Ciego de Ávila—, en territorio villareño, a ambos lados de la trocha de Júcaro a Morón, la cual se dice que cruzó en una y otra dirección en 13 oportunidades.

Durante los 14 meses en que se mantuvo peleando luego de firmado el fatídico pacto, alcanzó los grados de teniente coronel, coronel y general de brigada, y realizó importantes acciones de guerra como los ataques a Morón, la hacienda El Rubio, Ciego Potrero —contra una guerrilla montada—, Vereda de Caballo y La Ceiba —contra un regimiento de caballería—.

Con menos de cien hombres sobre las armas, fue capaz de mantener en su persecución una gran cantidad de tropas españolas y, sobre todo, de mantener vivo el espíritu independentista.

Fue sorprendido por el enemigo en un punto entre Cabaiguán y Nazareno el 14 de febrero de 1879 y sufrió tales pérdidas que hicieron insostenible su situación, por lo que aceptó deponer las armas y salir del país a instancias de hombres de la talla de Serafín Sánchez y el propio José Martí, quienes, aunque le manifestaron su profunda admiración, lo convencieron de que no existían las condiciones necesarias para continuar la lucha y que sus acciones interferían con la labor conspirativa y la preparación de la nueva guerra.

Redactó el 15 de abril de 1879, un manifiesto que ha pasado a la historia como “Protesta de Hornos de Cal o de Jarao”, lugar ubicado al sureste de Sancti Spíritus, donde se firmó el documento, en el cual afirmaba que abandonaba las armas, sin acogerse al convenio del Zanjón, con el que no estaba conforme. Ese mismo día, Bonachea abandonó el país junto a sus principales seguidores, rumbo a Jamaica. El 7 de julio, en Nueva York, se le otorgó el grado de general de división en reconocimiento a sus méritos.

Aunque lo intentó, no pudo organizar ninguna expedición durante la Guerra Chiquita y tampoco pudo Calixto García recogerlo en Jamaica a bordo de la goleta Hattie Haskel, cuando se dirigía a Cuba.

El 29 de noviembre de 1884, partió de Montego-Bay en la ballenera El Roncador, junto a diez expedicionarios más, con el propósito de desembarcar por el sur de Camagüey, pero el 2 de diciembre llegaron a Las Coloradas, en Niquero; delatados a los españoles, fueron perseguidos por la cañonera Caridad y capturados en aguas manzanilleras al día siguiente.

Una vez apresados, fueron sometidos a un consejo de guerra sumarísimo, tras el cual Bonachea y cuatro de sus compañeros —Plutarco Estrada, Pedro Cestero, Cornelio Oropesa y Bernardino Torres— fueron condenados a muerte y fusilados el 7 de marzo de 1885, en los fosos del Castillo de San Pedro de la Roca del Morro, en Santiago de Cuba. El resto, incluidos los cuatro tripulantes griegos, sufrieron penas de entre 12 y 17 años de prisión.

La Protesta de Hornos de Cal es una muestra del coraje extraordinario demostrado por nuestro pueblo en aras de conquistar la independencia patria y una manifestación más de la rebeldía e intransigencia de los cubanos.

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