RENUNCIO AL CARGO, NO A LA REVOLUCIÓN

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UNHIC – Cuba Historiadores – Renuncio al cargo, no a la Revolución

Renuncio al cargo, no a la Revolución

Con el triunfo de la Revolución cubana, el 1.o de enero de 1959, el Gobierno Revolucionario quedó, oficialmente, bajo la dirección de un Consejo de Ministros, encabezado por el doctor Manuel Urrutia Lleó y el doctor Miró Cardona. Sin embargo, ninguno de los dos comprendió ni asimiló el verdadero sentido de la Revolución.

Cuarenta y siete días después del triunfo, exactamente en horas de la tarde del 16 de febrero, el jefe de la Revolución, se vio obligado a asumir, solicitado por sus compañeros, el cargo de primer ministro.

La presencia de Fidel al frente del Consejo de Ministros fortaleció e imprimió un nuevo estilo y un gran impulso a las tareas del Gobierno Revolucionario y rompió las trabas que Miró Cardona había creado. Aparecieron las leyes que el pueblo esperaba, así el 17 de mayo se firmó la Ley de Reforma Agraria que radicalizaba la Revolución. Sin embargo, los obstáculos continuaban: el presidente Urrutia era un freno a las expectativas de la nación cubana.

Mientras más avanzaba la Revolución, mayores eran los ataques de sus enemigos. El gobierno de Estados Unidos, los Somoza y Trujillo, las agencias de prensa norteamericanas, la prensa y la burguesía nacionales, los asesinos, criminales de guerra, especuladores, chivatos y politiqueros del pasado régimen conjuraron una campaña que impidiera el avance revolucionario; pero la decisión de la Revolución era continuar avanzando. La actividad de Fidel era indetenible, aprovechaba todos los espacios y escenarios para que el pueblo comprendiera la Revolución; y se enfrentara cada día a desbaratar las campañas que desde el exterior nos amenazaban.

El 11 de junio de 1959, el presidente de la República, Urrutia solicitó una licencia por 45 días para disfrutar de vacaciones. En el preciso momento en que los hacendados y ganaderos, afectados por la Ley de Reforma Agraria atentaban contra la Revolución y se producía una campaña internacional de descrédito contra Cuba y a punto de originarse una crisis de gabinete, por la necesidad de sustituir a varios ministros. Además no había una ley que previera su sustitución temporal ni existe el cargo de vicepresidente.

A este problema se unía un antecedente: al arribar Fidel al premierato, una de las primeras medidas que propuso fue la rebaja de los sueldos de los ministros, pues si se le estaba pidiendo a los obreros azucareros que empezaran a trabajar, que renunciaran a sus demandas, si se le estaba pidiendo a todo el mundo que esperara, si se le estaba pidiendo a todo el mundo el presidente estaba devengando cien mil pesos anuales.

Entonces, Fidel planteó: “ […] no podíamos rebajarle el sueldo al Presidente de la República, pero era también de elemental sentido político […] que acorde con el espíritu de sacrificio que se estaba pidiendo al país y el sentido político […] y del tacto político que deben tener los gobernantes, debía rebajarse también, por lo menos, el cincuenta por ciento del sueldo”.[1] Sin embargo, Urrutia no se rebajó nada.

[…]

La nueva Cuba, la revolucionaria, tenía ya seis meses y cada día era más fuerte, pese a que la propaganda contrarrevolucionaria no había dejado de actuar agitando las banderas del anticomunismo. Ya para esta fecha, era insostenible la conducta de Urrutia […].

El lunes 13 de julio, el presidente Urrutia ofreció una entrevista en su despacho de Palacio. Uno de los puntos más importantes de la entrevista se refería a la traición de Díaz Lanz y las declaraciones de este en Estados Unidos. Empleó las mismas armas utilizadas por el enemigo contra la Revolución: el anticomunismo, atacó al comunismo, al periódico Hoy, y no asumió una actitud de defensa a la Revolución ante las declaraciones de Díaz Lanz.

La renuncia de Fidel

Los pronunciamientos públicos de Urrutia provocaron incertidumbre en el pueblo y estimularon las embestidas de la prensa reaccionaria. Había que tomar una decisión para que la Revolución marchara con la intensidad requerida. Ante la amenaza, la altura ética y de sacrificios, a Fidel le había parecido de buen sentido polí tico que a los ministros que tenían establecido un sueldo de mil quinientos pesos, se lo redujeran en un cincuenta por ciento. Sin embargo, defensa de los principios de Fidel, lo llevaron a lo que llamó la única alternativa: su renuncia al cargo de primer ministro.

En las primeras horas de la madrugada del viernes 17 de julio, Fidel informó de su decisión al director del periódico Revolución para hacerlo público a través de ese medio de prensa. En la primera página del periódico apareció un titular de dos palabras: “Renuncia Fidel” y debajo: “Explicará hoy al pueblo los motivos de su decisión”.

Cuba entera dijo: No acepto esa renuncia. Desde las primeras horas de esa dramática mañana, en la medida que el pueblo y sus organizaciones conocían la noticia, el país se estremeció. La reacción del pueblo fue unánime en defensa de Fidel. Las guaguas llevaban letreros que decían: “Fuera los traidores del gobierno”. El pueblo se congregó en los alrededores del Palacio Presidencial, portando carteles en los que se leía: “Fidel: Contigo hasta la muerte”. “Que se vaya el otro”. Los estudiantes comenzaron a concentrarse en la Universidad de La Habana. En la histórica Colina se oyeron gritos: “Fidel no puede renunciar”. “Aquí lo que hay es que meterle mano a los cobardes”.

El pueblo se movilizó. Está intranquilo. Todos querían que regresara Fidel. Los dirigentes de las principales organizaciones pedían calma para esperar las declaraciones del líder máximo de la Revolución. En horas tempranas de la mañana, el Partido Socialista Popular y el Ejecutivo Nacional del Directorio Revolucionario 13 de Marzo hicieron sendos llamamientos al país en pleno pidiéndole a Fidel que no renunciara.

Como muestra de confianza en Fidel y la Revolución, desde Yaguajay ese día 17, partió una columna de campesinos a caballo hacia La Habana para estar presentes en el acto por el 26 de Julio. Al frente de la columna campesina marchaban los comandantes Camilo Cienfuegos Gorriarán, Félix Torres González y Orestes Guerra González, y otros oficiales del Ejército Rebelde.

A las 8 de la noche, inició Fidel sus declaraciones a través de la televisión y lo primero que aclaró fue que el pueblo no debía preocuparse en absoluto por el destino de la Revolución, pues […] le parecía verdaderamente negativo que el destino de una nación pudiera depender de los hombres. Explicó que su renuncia al cargo no quería decir que renunciara a la Revolución ni al cumplimiento del deber, y que desde cualquier lugar donde se encontrara, desde un cargo importante hasta uno insignificante no tenía otra razón de existir que defender la obra que se estaba haciendo. Reiteró: “No he dado ni daré un solo paso en mi vida que no tienda única y exclusivamente a servir a esta causa que con tanta lealtad y tanto interés hemos venido defendiendo […] A la Revolución no renuncio; ni renunciaré jamás”.[2]

Y de inmediato dio a conocer que la renuncia obedecía a la imposibilidad de continuar ejerciendo el cargo en las actuales circunstancias, dadas las dificultades con el presidente de la República. Argumentó en detalle todas las actitudes, errores y algunas de las dificultades que se venían presentando con el presidente e insistió en que ya las diferencias eran insalvables […]. En su intervención el jefe de la Revolución se refirió a la entrevista que había ofrecido Urrutia. Al respecto, exclamó:

Yo quiero que se me diga si no tenía que ser realmente alarmante para nuestro pueblo, desalentador para nuestro pueblo que una mañana cualquiera por los cables internacionales nos encontrásemos una andanada de imputaciones procedentes, nada menos que del Presidente de la República. Esta era la situación el martes. El Consejo de Ministros no hallaba qué hacer para encontrar la solución, porque era evidente que conjuntamente con sus declaraciones del lunes desató el resto de la campaña […].

Y en el mismo momento en que personalmente al Premier lo están acusando de comunista, aparece un editorial que dice “Urrutia y el Comunismo” [Fidel lee]: “El Presidente de la República, doctor Manuel Urrutia, ha hablado con energía y sin remilgos” —porque parece que soy yo el de los remilgos— respecto a la infiltración comunista en Cuba y los peligros que ello representa para nuestro país. Sus palabras merecen ser transcritas por su trascendencia. “Creo que los comunistas le hacen un daño terrible a Cuba y declaro aquí a plena responsabilidad que quieren crearle un segundo frente a la Revolución. Por eso es por lo que he dicho siempre que rechazo el apoyo de los comunistas y creo que los verdaderos revolucionarios cubanos deben rechazarlo abiertamente”.[3]

Fidel insistió que él no podía acudir a la fuerza ni puede acudir al pueblo, que él se conformaba con haber venido a prevenir al pueblo de esta situación y alertarlo, advirtiéndole del peligro de una traición, porque consideraba que la acción de Urrutia no era un acto de buena fe ni un acto equivocado: es un acto premeditado, es un acto de traición, de traición que no se ha llegado a consumar. A estas alturas de su intervención, llegó la noticia al estudio de televisión de que Urrutia había renunciado.

Dorticós presidente

Quince minutos después de la renuncia de Urrutia se reunió el Consejo de Ministros y eligió a Osvaldo Dorticós Torrado como presidente de la República y este convocó a dicho Consejo para el siguiente día a las 5:00 p. m. Fue entonces cuando el Consejo de Ministros rechazó la renuncia de Fidel.

Durante esos días se desató un extraordinario movimiento de apoyo a Fidel, todos lo llamaban a regresar a su cargo. La respuesta a la convocatoria de la CTC, para un paro de diez a once de la mañana del 23 de julio fue impresionante. Toda Cuba se detuvo reclamando el regreso de Fidel al premierato.

Eran las diez de la mañana del jueves, la hora señalada por la Confederación de Trabajadores de Cuba para iniciar un paro proletario, un paro distinto, de respaldo, de agradecimiento, de solidaridad con el jefe de la Revolución Cubana, de ruego para que se reintegrara a sus funciones de primer ministro.

A las once de la mañana, los silbatos de las fábricas, la salida al aire de las radioemisoras, indicó que había llegado el final de la demostración y conjuntamente con el arrancar de motores, el chirriar de puertas que se levantan, el sonido de claxons, el reinicio del tráfico, surgieron los gritos espontáneos de la población, en todos los lugares de Cuba, pidiendo que volviera Fidel y la “Marcha del 26 de Julio” y las notas del himno nacional, volvieron a escucharse. La ciudadanía había dicho la última palabra: “¡Fidel, tienes que regresar!”.

En la noche del viernes 24, se efectuó el histórico juego de pelota. El equipo de los Barbudos y el de la Policía Militar se enfrentaban en el Estadio del Cerro con el objetivo de recaudar fondos para la Reforma Agraria. El primero, formado por miembros del Ejército Rebelde, estaba dirigido por Fidel, quien actuaría como lanzador. El lanzador del equipo contrario sería el comandante Camilo Cienfuegos. Aquí surgió la fidelísima frase de Camilo: “Yo no estoy contra Fidel ni en un juego de pelota”.

La madrugada del 26 de julio, los miembros del Consejo de Ministros viajaron a Santiago de Cuba para efectuar en el cuartel Moncada una sesión a las 5:15 de la madrugada, la hora exacta en que comenzara el histórico asalto. En ella, el ministro de Educación, Armando Hart Dávalos, propuso que fuese declarado el 26 de julio Día de la Rebeldía Nacional, propuesta aprobada unánimemente. También fue aprobada la de Pedro Miret Prieto, que declara el 30 de julio —fecha de la caída de Frank País García— como Día de los Mártires de la Revolución Cubana.

A propuesta del ministro de Recuperación de Bienes Malversados, doctor Faustino Pérez, se acordó transferir los bienes hasta este momento recuperados de los malversadores y esbirros componentes de la derrocada tiranía, al Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). Por último, Dorticós invitó a Haydée Santamaría Cuadrado, una de las dos mujeres que participaron en la acción del Moncada, para que dijera unas palabras al pueblo.

Haydée, muy emocionada, tomó los micrófonos y expresó hermosas palabras sobre la significación de ese día y la personalidad de Fidel, y terminó exclamando: “[…] que Fidel vuelva, que vuelva al puesto que le pertenece, porque así lo quieren los vivos y porque así lo quieren los muertos”.[4]


A las diez de la mañana, comenzó el desfile por el 26 de Julio, más de medio millón de personas, congregado a todo lo largo del Paseo del Prado, desde el Castillo de la Punta hasta la calle Monte, presenció el magno desfile militar y de la caballería campesina que durante más de cuatro horas en todo ese trayecto, con la participación de fuerzas combinadas del Ejército Revolucionario, la Marina de Guerra, la Policía y las unidades de tanques y otros carros de guerra, secundadas por la aviación revolucionaria, que durante todo ese tiempo se mantuvo haciendo maniobras sobre las fuerzas que desfilaban. El desfile fue presenciado por Fidel, acompañado por el general Lázaro Cárdenas expresidente de México y los comandantes Raúl Castro Ruz, Augusto Martínez Sánchez, Camilo Cienfuegos, Efigenio Ameijeiras Delgado, Antonio Enrique Lussón Batle, entre otros.

Fidel reasume su cargo de primer ministro

En horas de la tarde, los campesinos de todos los rincones de Cuba, junto al pueblo habanero e invitados extranjeros, colmaron la Plaza Cívica. Las palabras finales del Presidente Dorticós se convirtieron en una consulta:

“[…] ¿Desean ustedes o no que ejerza sus funciones de gobierno el doctor Fidel Castro?”. La pregunta fue respondida con exclamaciones afirmativas y grandes aplausos: entonces, Dorticós añadió:

Pues si es así, y si esta es la respuesta, yo termino mis palabras alentado por la esperanza, porque aquí quiero repetir unas palabras que pronunciara hace solo unas horas en la escalinata de la Universidad de La Habana: “Esta vez, por vez primera en la historia de nuestra Revolución, no manda Fidel Castro; manda el pueblo que ordena a Fidel Castro cumplir con su deber como gobernante”.[5]

En medio de una prolongada e ininterrumpida ovación, Dorticós se acerca a Raúl y dijo: “Compañeros: en el instante más cargado de emoción de mi vida, puedo hoy como Presidente de la República, anunciar a ustedes que el compañero Fidel Castro, ante vuestro mandato, ha aceptado retornar al cargo de Primer Ministro del Gobierno Revolucionario”.6

La ovación durante varios minutos fue estruendosa. Cuando el pueblo se calmó, continuó Raúl: “Creo que esta vez, colectivamente, conjuntamente con todo nuestro pueblo, podemos decir: ¡Gracias, Fidel! ¡Que regrese Fidel! Y ya regresó. En realidad, creo que nunca se fue, porque su pueblo no lo dejaba”.

El discurso de Fidel Castro era el más esperado en el gigantesco acto, y comenzó así:

Al hablarles en estos instantes, lo primero, la primera idea que me viene a la mente, era preguntarme: ¿Por qué tiene que caer sobre un ciudadano igual que ustedes un peso tan grande de gratitud con su pueblo, con las muestras excesivamente generosas que le han dado de cariño y adhesión? ¿Por qué, si en definitiva no hemos hecho más que tratar de cumplir con el deber, si en definitiva, esta no es obra de un hombre, sino la obra de un pueblo; no es el mérito de un hombre, sino el mérito de un pueblo; no es la gloria de un hombre, sino la gloria de un pueblo, y sobre todo, la gloria de los hombres que han caído por hacer posible estos instantes de felicidad que Cuba vive? […] el pueblo sabe perfectamente bien que no estoy dispuesto a sacrificar un ápice de las conveniencias de la Nación, que no estoy dispuesto a sacrificar un ápice de mi sentido del deber y del desinterés que me ha inspirado siempre en esta lucha, ni por el cargo de Primer Ministro ni por todos los cargos de Primer Ministro del mundo juntos.

Entonces, repitió aquellas palabras que pronunciara el 16 de octubre de 1953 en su autodefensa: “condenadme, no importa, la historia me absolverá”.8

1 Eugenio Suárez Pérez y Acela Caner Román: Fidel: en el Año de la Liberación, t. 3, Casa Editorial Verde Olivo, 2006, p. 76.

2 Ibidem, p. 55.

3 Ibidem, p. 75.

4 Ibidem, p. 98.

5 Ibidem, p. 101. 6 Idem.

7 Ibidem, pp. 102-103.

8 Ibidem, p. 103.

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