EL MAYOR GENERAL JOSÉ MARTÍ EN SUS DÍAS DE MANIGUA

Articulo Divulgativo
UNHIC – Cuba Historiadores – EL MAYOR GENERAL JOSÉ MARTÍ EN SUS DÍAS DE MANIGUA

EL MAYOR GENERAL JOSÉ MARTÍ EN SUS DÍAS DE MANIGUA

Por María Caridad Pacheco González

Cuando se habla de José Julián Martí Pérez, po­cos asociarían su persona a temas militares, in­cluso pudieran considerarlo desatinado, debido a que su pensamiento militar es una de las face­tas menos divulgadas.

El ascenso de José Martí a mayor general, en la guerra del 95, reconocía al hombre que, sin estudiar en escuela militar alguna, sin práctica combativa ni mando de tropas, diseñó la estrate­gia de una revolución, de una guerra, a partir de múltiples experiencias.

Como han dictaminado valiosos investigado­res, reconocer un pensamiento militar en Martí puede resultar polémico, dado el imaginario de verlo como dirigente político o como intelectual de proyecciones pacifistas, y restringir lo militar a lo estrictamente bélico; pero si se repasa la his­toria de las guerras populares en el mundo y, en particular, las de Cuba, se podrá constatar que siempre se han destacado combatientes sin for­mación académica y Martí fue, sin duda, uno de esos ejemplos emblemáticos.

Destaca el haber sido hijo y nieto de militares españoles, por lo que desde niño la terminología y la disciplina militar, así como los relatos rela­cionados con ese ámbito no le fueron ajenos.

Tampoco se puede obviar que, durante el tiempo que padeció prisión, conoció a varios in­surrectos, como el canario Joaquín Montesinos Trujillo, quien en 1869, a los 32 años de edad, fue detenido por el secretario del Gobierno Provin­cial de Pinar del Río, acusado de ser el principal instigador local de la rebelión anticolonial y de crear un grupo insurreccional.

Siendo un adolescente, su maestro Rafael Ma­ría de Mendive repasaba en un mapa las ope­raciones que tenían lugar durante la Guerra de los Diez Años, y en su escuela leía los periódi­cos que entraban clandestinos desde la América Española recién independizada. Se conoce que analizó, profundamente, la Guerra de los Diez Años, la guerra de independencia de las Trece Colonias, el proceso independentista latinoame­ricano (1810-1824), la Guerra de Secesión en Es­tados Unidos (1861-1865), la Guerra Chiquita, el Plan Gómez-Maceo, la resistencia anamita a la colonización francesa, la guerra de independen­cia española contra la invasión napoleónica, la guerra franco-prusiana, y tuvo contacto con im­portantes jefes militares.

El proceso de formación de su pensamiento militar se originó de forma autodidacta, se desa­rrolló bajo el influjo de las exigencias de su pra­xis revolucionaria y sus cautelosas incursiones en este terreno, para no provocar celos y rece­los entre los veteranos de la Guerra de los Diez Años, quienes, amparados por su experiencia, se arrogaban la exclusiva en cuestiones militares.

En realidad, la proclamación del Partido Re­volucionario Cubano no determinó un reconoci­miento absoluto e inmediato a la autoridad del Delegado elegido, y ello se manifiesta en par­te de la correspondencia que recibió Gómez, a quien todos acudían por su probada lealtad a la causa y porque muchos consideraban que debía estar al frente del movimiento.

Por una parte, con Martí había dudas, porque no lo consideran hombre de acción, no obstante reconocer su poder de convocatoria y, por otra, había campañas para denigrar a la dirección re­volucionaria.

Martí comenzó su campaña en la guerra del 95 con un excelente estado de ánimo, que lo ha­cía olvidar su precario estado de salud. Después del desembarco se iniciaron agotadoras jorna­das para él y sus compañeros de expedición. A María Mantilla le comunicó que marchaba por lomas y caminos agrestes, cargado con un rifle al hombro, machete y revólver a la cintura; a un hombro una cartera de cien cápsulas y al otro, en un gran tubo, los mapas de Cuba; a la espal­da, una mochila con dos arrobas de medicinas y ropa y hamaca y frazada y libros; y al pecho, su retrato.

Martí, siempre atareado con los preparativos de la Revolución y viviendo bajo las condiciones de una extrema pobreza, vestía con ropas dete­rioradas. En Montecristi, y muy probablemente por iniciativa de Máximo Gómez, se le enco­mendó al sastre dominicano Ramón Antonio Al­monte que le hiciera un traje. El sastre conservó las mediciones que han ayudado a calcular la estatura y el peso de Martí entonces: unos cin­co pies y medio, y un peso aproximado de 140 libras. Pero, ¿cómo era el traje de campaña que usó Martí? Lo reveló en carta a Carmen Miyares: “¿Y mi traje? Pues pantalón y chamarreta azul, sombrero negro y alpargatas”.

Al arribar a tierra cubana, los viejos comba­tientes quedaron sorprendidos por la resistencia del Delegado. El Maestro mostró un estoicismo de altura y cumplió con múltiples faenas, como velar por la seguridad del campamento y ayudar en la atención a los heridos y enfermos, labor en la que llega a ganar cierta notoriedad, “sin más que saber cómo está hecho el cuerpo humano, y haber traído el milagro del yodo. Y el cariño que es otro milagro…”.

Al caer la tarde del 15 de abril, recibió un nom­bramiento tal vez inesperado que, por supuesto, no dejó de anotar en su diario. El general en jefe Máximo Gómez Báez le comunicó que el Ejérci­to Libertador lo nombraba Mayor General. “Lo abrazo. Me abrazan todos”, consignó. Gómez, por su parte, escribe en su Diario de campaña, de manera escueta, tres días después: “Grado a Martí de Mayor General”.

Del Generalísimo había surgido la decisión, en tanto en él habían calado, de forma progresiva, las ideas martianas acerca de la organización de la guerra, y quizá también porque, desde su lle­gada, los patriotas calificaban, espontáneamen­te, de general al Delegado.

Su investidura favorecía el acatamiento y la aplicación de varios documentos que firmó, diri­gidos a distintos jefes, más las instrucciones acer­ca de la política de la guerra durante su marcha hacia Camagüey para formar el Gobierno y ante la asamblea deponer su autoridad como Delega­do del PRC. Entre estos documentos se destaca la “Circular a los Jefes y Oficiales del Ejército Li­bertador”, expresión más concentrada de la po­lítica de guerra de la Revolución en el siglo xix.

El general Gómez trató, junto a Martí, de man­tener los ánimos y la unidad en las filas revolu­cionarias, y sobre el encuentro en La Mejorana, el 5 de mayo, poco habría que añadir a lo que el propio Martí explicó de forma tan transparente en su diario de campaña. Quizá el meollo del des­encuentro se hallaba en que el general en jefe no apoyó a Maceo en sus concepciones de gobierno y mostró total afinidad con los criterios de Martí, algo que, posiblemente, causó disgusto al héroe de Baraguá, quien poco después, sin embargo, comprendió que, si bien había considerado un lujo prematuro la constitución del Gobierno, la pujanza de la Revolución lo exigía para culminar la obra que se habían propuesto.

El significado de la guerra que se libraría en Cuba no se limitaría a la simple obtención de la independencia, sino a la construcción de una re­pública basada en ideales democráticos y antim­perialistas, cuyas conquistas en los planos eco­nómico, político y social debían estar dirigidas al mejoramiento humano.

Martí comprendió tempranamente los gran­des obstáculos que se levantarían, tanto dentro como fuera de Cuba, para llevar adelante tan magna obra, y por ello previó la implementación de tres condiciones fundamentales: la unidad y ordenamiento internos del país, la toma de con­ciencia de los pueblos de Cuba y demás países de Nuestra América y su unión en un frente co­mún antimperialista.

Las dos primeras condiciones suponían una gigantesca labor ideológica que Martí ya había comenzado, según revelan sus artículos y dis­cursos revolucionarios; la tercera, debía ser el re­sultado del desarrollo de la conciencia nacional y continental, cuya primera etapa radicaría en la lucha armada contra el dominio del colonia­lismo español, preocupación central de Martí, sobre todo a partir de 1887, cuando compren­dió que los peligros de la expansión imperialista acechaban la independencia de las Antillas y la soberanía política de Hispanoamérica.

Por ello entendió que aquella revolución libe­radora de base popular debía iniciarse a través de una guerra que dirigiría y prepararía en sus mínimos detalles ideológicos, militares, jurídi­cos y políticos. Su idea era constituir el gobierno en el seno de una contienda bélica, dejando claro que el ejército sería libre para llevar a cabo sus operaciones.

El domingo 19 de mayo, el mayor general José Martí salió a combatir sobre el caballo que le ha­bía regalado otro grande, José Maceo, y enfrentó una avanzada española que lo derribó tras una descarga cerrada.

Gómez y Maceo lamentaron profundamente la muerte de Martí y comprendieron su signifi­cado para la causa de la Revolución. El Apóstol había llegado a adquirir un pensamiento militar estratégico, que permitió preparar la guerra; el otorgamiento del grado de mayor general no fue una dádiva, sino un reconocimiento a su lideraz­go y la profundidad de un pensamiento militar en desarrollo, truncado por su caída en comba­te, apenas a un mes después de su llegada a los campos de Cuba, el 19 de mayo de 1895.

*Tomado del periódico Granma, 22 de mayo del 2024

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