El Manifiesto de Montecristi

Articulos Cientificos

Por María Caridad Pacheco González

Después de enviar la Orden de Alzamiento a los jefes principales de la isla, José Martí marchó a República Dominicana, adonde arribó el 7 de febrero de 1895. Ya se encontraba en el fragor de los preparativos de la guerra; a pesar del revés sufrido con el fracaso del Plan de Fernandina y del estrecho cerco tendido por el espionaje yanqui y español, no se detuvo ante obstáculos ni adversidades y desde su llegada a la isla hermana recorrió varios sitios en busca de apoyo moral y material para la causa cubana.

En Montecristi, donde se había reunido con Máximo Gómez para partir hacia Cuba, supo del alzamiento del 24 de febrero y, pocos días después, el 25 de marzo, suscribió el texto titulado “El Partido Revolucionario Cubano a Cuba”, conocido como “Manifiesto de Montecristi”, por la localidad dominicana donde se rubricó este documento programático de la etapa inicial de la Revolución de 1895 y su primer pronunciamiento general.

Ese mismo día, José Martí escribió varias cartas, entre las cuales se hallan las dirigidas a la madre, Leonor Pérez Cabrera; al amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal —considerada su testamento antillanista—; a su discípulo y albacea literario Gonzalo de Quesada y Aróstegui —su testamento literario— y a dos niñas que quería como a hijas: María y Carmen Mantilla Miyares.

Se evidencia el vínculo de estas cartas con el Manifiesto de Montecristi, sobre todo en lo concerniente al deber moral.

En los umbrales del siglo XX, Martí vislumbró el carácter universal de la guerra que recién se había iniciado en 1895 y, por ello, comprendió que su fin no podía ser solo alcanzar la independencia de Cuba y conseguir el equilibrio del mundo con “la creación de un archipiélago libre”, sino también lograr “la confirmación de la república moral en América”. En el “Manifiesto…” insistía en el “alcance humano” de la “guerra sin odios” que se llevaría a cabo en Cuba y advertía: “Cuba vuelve a la guerra con un pueblo democrático y culto, conocedor celoso de su derecho y del ajeno”.1 La grandiosa tesis de la guerra sin odios, que se consagra como principio en este documento, y tiene su manifestación práctica en la circular a los jefes mambises llamada “Política de la guerra”,2 parte de los lineamientos definitorios que nutren las concepciones políticas en José Martí.

A esas prevenciones arriba, convencido de que la misión del organizador de la guerra necesaria no podía resumirse al cumplimiento de tareas materiales y de avituallamiento porque él mismo había advertido: “[…] Cargar barcos puede cualquier cargador; y poner mecha al cañón cualquier artillero puede; pero no ha sido esa tarea menor, y de mero resultado y oportunidad, la tarea única de nuestro deber […]”.3 En Martí arraigó de forma peculiar la idea de que no existe política eficaz, al margen de valores e ideales enraizados en la condición humana; de hecho la palabra “hombre” —en el sentido de ser humano— es la que más se reitera en su obra política y literaria, y con esto continúa la tradición del pensamiento americano más genuino y revolucionario.

El humanismo revolucionario antimperialista de José Martí, expresión de un proceso de continuidad y ruptura en relación con las gestas emancipadoras de lo que llamó Nuestra América, sintetiza y concreta su escala de valores, y expresa el momento de máxima plenitud y madurez de su pensamiento político revolucionario, en correspondencia con los nuevos tiempos.

La concepción martiana de la Revolución y su proyección programática emana de un nuevo ideal de racionalidad que deviene autoconciencia cultural de los nuevos sujetos. Por eso, más que un acontecimiento político puro, es una empresa cultural, donde lo político, lo ético y lo estético se interrelacionan recíprocamente, por lo cual hace énfasis en la guerra “culta”, “entera y humanitaria”,4 que ha de emprender el pueblo cubano para alcanzar junto a su emancipación política, la humana. Se propone rescatar los valores humanos de nuestras sociedades latinoamericanas a partir de un enfoque ético que sienta sus bases en la cultura, en la herencia del pensamiento de los grandes próceres de la libertad continental, en la defensa de la identidad nacional como autentico proceso formativo en pos de la consolidación de una individualidad que fructifique en bienestar común. No es casual que en la carta de despedida a su madre, antes de su partida a la guerra como soldado de la libertad,5 haya proclamado: “No son inútiles la verdad y la ternura”.6

Según el propio Martí, el “Manifiesto…” fue apoyado y suscrito por Máximo Gómez Báez, sin que el autor “escondiese o recortase un solo pensamiento suyo” y luego de escrito, “[…] no ocurrió en él un solo cambio; y […] sus ideas envuelven a la vez, aunque proviniendo de diversos campos de experiencia, el concepto actual del general Gómez y el del Delegado”,7 lo que pone de manifiesto la coincidencia de criterios entre los dos jefes revolucionarios.

“El Manifiesto…” era un arma en la guerra de pensamiento que entonces se libraba por diferentes vías, con el fin de concertar voluntades, sortear peligros internos y externos y gestar — desde la propia guerra— la república democrática y popular por la cual se estaba en disposición de morir si era preciso. Ponía de manifiesto el sentido fundador y unitario de la Revolución, planteaba que no se repetirían los errores que lastraron desde sus inicios el ordenamiento democrático en el contexto de la primera independencia de la América española, y afirmaba que la guerra no era contra el español sino contra el sistema oprobioso de la colonia, y por último, exponía los objetivos estratégicos internacionales, profundamente latinoamericanistas y antimperialistas con que se iniciaba la guerra de independencia en Cuba.

Por ello entendió que aquella revolución liberadora de base popular debía iniciarse a través de una guerra que había de dirigir y preparar en sus más mínimos detalles ideológicos, militares, jurídicos y políticos. Nada descuidó Martí en aquella contienda, y hasta Los poetas de la guerra (1893), libro que reúne los versos populares que se recitaban o cantaban en los campamentos mambises, y su diario de campaña, contentivo de sus anotaciones acerca de la guerra, tuvieron también el propósito de hacer recordar “[…] a un país y a la caidiza y venal naturaleza humana, la época en que los hombres, desprendidos de sí, daban su vida por la ventura y el honor ajenos […]”. 8

En el documento aparece una idea medular, que lo recorre de principio a fin, y es la necesidad que tiene la Revolución Cubana de llevar a cabo una guerra ordenada y breve que impidiera la intervención de Estados Unidos y diera cumplimiento con la emancipación de Cuba a sus objetivos de alcance universal. En consecuencia, la guerra del 95 debía ser organizada y llevada a cabo sobre principios que no la desviaran de procedimientos y métodos que la hicieran inexpugnable. Esta es preocupación central de Martí, sobre todo a partir de 1887 cuando comprende que los peligros de la expansión imperialista acechan la independencia de las Antillas y la soberanía política de Hispanoamérica.

En correspondencia con estos propósitos, tres días después de su rúbrica, el “Manifiesto…” fue enviado a Nueva York con instrucciones muy precisas acerca de su difusión en la prensa y su envio a los Gobiernos latinoamericanos. Por ello pidió la impresión de 10 000 ejemplares como mínimo y orientó de forma muy específica cómo debía llevarse a cabo su distribución dentro de Cuba, sobre todo entre españoles y negros.

El optimismo, actitud ponderada, intransigencia de principios e inconmovible confianza en la capacidad de los cubanos para cumplir su destino histórico, no faltan en tan trascendental documento, en cuyo 130 aniversario continua convocando a cubanos y cubanas a la unidad y a la batalla por la independencia y la confirmación moral de todo un continente.

1 José Martí: “Manifiesto de Montecristi”, en Obras completas, t. 4, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, pp. 95 y 101.

2 José Martí: “Política de la guerra”, en ob. cit., pp. 140-141.

3 José Martí: “Discurso en el Liceo Cubano de Tampa”, 26 de noviembre de 1891, en ob. cit., p. 272.

4 José Martí: “Manifiesto…”, en ob. cit., t. 4, p. 101.

5 Martí se llamó a sí mismo con el nombre que creyó debía tener todo hombre: “soldado de la libertad”. Véase Fina García Marruz. El amor como energía revolucionaria en José Martí, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2003, p. 227.

6 José Martí: “Carta a la madre”, 25 de marzo de 1895, en ob. cit., t. 20, p. 475.

7 Luis García Pascual y Enrique Moreno: José Martí. Epistolario, t. III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1993, p. 116.

8 José Martí: “Prólogo” a Los poetas de la guerra, en ob. cit., t. 5, p. 229.

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