Conmemoración del 80 Aniversario de los Congresos de Historia

El 31 de octubre del 2022 a las 3.00 p. m. se realizó la actividad conmemorativa por los 80 años del inicio de los Congresos Nacionales de Historia, en el Aula Magna del Colegio de San Gerónimo, con la participación de los miembros del Comité Nacional, representantes de instituciones y de asociados de la filial de La Habana.

Hicieron uso de la palabra los doctores Félix Julio Alfonso López con el tema: Los Congresos Nacionales de Historia en tiempos de Emilio Roig De Leuchsenring (1942-1960) e Israel Escalona Chadez, con el tema: La reanudación  de los Congresos Nacionales de Historia en Cuba: el sentido de la continuidad, la renovación y  la responsabilidad profesional, quienes se refirieron tanto a la primera etapa de los congresos, conducida por Emilio Roig de Leuchsenring y la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales (SCEHI), y la actual, conducida por la Unhic, respectivamente.

Conmemoración del 80 Aniversario de los Congresos de Historia

Félix Julio Alfonso López

El 8 de octubre de 1942, en vísperas del aniversario 74 del grito de independencia de Carlos Manuel de Céspedes en Demajagua, dieron inicio en el Palacio Municipal de La Habana, las sesiones de trabajo del Primer Congreso Nacional de Historia.

La idea de celebrar esta convención de historiadores, investigadores, estudiosos, publicistas, profesores y divulgadores del pasado cubano, le pertenece al profesor de Historia de América de la Universidad de La Habana Herminio Portell Vilá, quien la expuso en la sesión ordinaria del 27 de febrero de 1942 de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales.

Dicha proposición fue acogida con verdadero entusiasmo por el Historiador de la Ciudad de La Habana y Presidente de la referida Sociedad, Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, quien de inmediato desplegó toda su energía y talento creador para llevar a vías de hecho aquel proyecto.

En este sentido, la celebración de los congresos nacionales de historia constituyó un esfuerzo intelectual de enorme relevancia, dentro del fértil entramado de eventos e instituciones culturales que el propio Roig había venido articulando desde la segunda mitad de la década de 1930.

El hecho de que no fuera la Academia de la Historia de Cuba, institución rectora del conocimiento histórico en la Isla, sino una joven y pujante institución como la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, la organizadora de este primer congreso y de los posteriores, que en número de trece se desarrollaron en La Habana y otras localidades cubanas (Matanzas, Cárdenas, Trinidad, Santiago de Cuba y Jiguaní)  hasta 1960, no significó en ningún momento un espíritu de  desdén antiacadémico o sectarismo historiográfico.

El presidente de la Academia, Dr. Emeterio Santovenia, fue convidado a presidir la sección de estudios cubanos, que declinó por razones personales; y también fue invitado el más importante de los historiadores de aquel momento, el Dr. Ramiro Guerra y Sánchez.

El prestigio de Roig, su enorme capacidad de trabajo y su vocación unitaria de voluntades diversas, permitió que se reunieran en estos congresos lo más valioso del pensamiento y la producción historiográfica cubana, latinoamericana y de otros países en aquellos años, sin que mediaran discriminaciones por motivos ideológicos, religiosos, asociativos o de otra índole.

La Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales además era una corporación privada y no gubernamental, lo que la mantenía alejada de cualquier partidarismo político o de compromiso con las autoridades de turno.

Cada uno de los congresos nacionales de historia estuvo presidido por un relevante intelectual o figura histórica de la independencia cubana, iniciando por el patriarca de las ciencias sociales y los estudios culturales don Fernando Ortiz, entre el 8 y el 12 de octubre de 1942 y terminando con el ilustre profesor Fernando Portuondo del Prado, del 5 al 10 de febrero de 1960.

Entre ambas fechas, ejercieron  en calidad de rectores de las conferencias, distinguidas  personalidades como Monseñor Eduardo Martínez Dalmau (La Habana, 1943); Gerardo Castellanos (Trinidad, 1944); el coronel Federico Pérez Carbó (Santiago de Cuba, 1945); el capitán Joaquín Llaverías (La Habana, 1946); José Andrés Martínez-Fortún y Foyo (Trinidad, 1947); Ulises Cruz Bustillo (Santiago de Cuba, 1948); Mario Guiral Moreno (Trinidad, 1949); el comandante Miguel Varona Guerrero (Cárdenas, 1950); Enrique Gay Calbó (La Habana-Matanzas, 1952), Manuel Isidro Méndez (Trinidad, 1955)  y Celso Valdés Rondón (Jiguaní, 1956).

En todos los casos, Emilio Roig declinó los cargos honoríficos y ocupó funciones como Secretario General, Director General y Presidente del Comité Organizador, lo que le permitía tener una visión integral de los trabajos presentados y realizar luego la relatoría y resúmenes del evento, muchos de ellos publicados en los Cuadernos de historia habanera.

La agenda del Primer Congreso concebía las intervenciones en tres apartados: Historia General, Historia de América e Historia de Cuba, que fueron presididos por los doctores Leví Marrero, Herminio Portell Vilá y  Mario Guiral Moreno. Dentro de cada sección los trabajos fueron asignados en dos grupos, dedicado el primero a las investigaciones y estudios, y el segundo a los medios, métodos y condiciones de la enseñanza y divulgación de la historia.

Esta manera de organizar las ponencias tuvo luego una importante variación, pues alcanzaron mayor protagonismo las cuestiones relacionadas con la evolución histórica nacional, de manera primordial la época colonial y las luchas emancipadoras del siglo XIX, así como contenidos afines al devenir regional y local. 

En sus palabras dirigidas a los delegados al Primer Congreso Nacional de Historia, Roig esclareció cuales eran las motivaciones y esperanzas depositadas en aquella reunión:

Pero es indudable que quien de buena fe y limpio de bajunas intenciones, persiga la felicidad de su patria y de sus compatriotas, requiere axiomáticamente, al igual que el médico con el enfermo que asiste, para curar o aliviar los malea de su país, descubrir las causas y raíces de éstos. Y ese conocimiento sólo nos lo proporciona la Historia.

De tan trascendente papel a la historia reservado, ahora es cuando los cubanos nos estamos dando cuenta precisa, y que, obrando en consecuencia, hemos puesto manos a la tarea de conocer nuestro pasado remoto colonial y el de los primeros tiempos republicanos, sobre las fuentes documentales indispensables, acopiándolas, y desbrozándolas de leyendas y supercherías, y no por mera y tonta vanagloria del erudito inútil a quien sólo importa la posesión—por la posesión misma, y para sí exclusivamente— de un manuscrito raro, o el hallazgo intrascendente de una fecha o de un suceso nimio: sino con la altísima y patriótica finalidad— patrióticamente utilitaria—de que la historia sirva, como ya apunté, de ejemplo y de enseñanza, rectificadores del presente y encauzadores del futuro.

Un repaso a los textos presentados a este coloquio inaugural, y en referencia solamente a la sección de Historia de Cuba, nos revela una considerable diversidad temática, ideológica, geográfica y cronológica.

Fueron presentadas las “Seis actitudes de la burguesía cubana”, de Sergio Aguirre;  “Trinidad, la secular y revolucionaria”, de Gerardo Castellanos García; los planos de acciones militares de la Guerra del 95,  explicadas por Ulises Ruiz Bustillo;  los estudios sobre la masonería cubana de Roger Fernández Callejas; “La Habana en 1841”, de Francisco González del Valle; “Las bolas y las dagas líticas, nuevo aporte cultural indígena en Cuba”,  de René Herrera Fritot; “Comentario en torno a las ideas sociales de Arrate”, de Julio Le Riverend; “Lo negro y el negro a través de la historia de Cuba”, de Heriberto Portell Vilá; “La Aurora y los comienzos de la prensa y de la organización obreras en Cuba”, de José Antonio Portuondo y “Revaloración de la guerra libertadora cubana de 1895”, por Emilio Roig de Leuchsenring.

Este último aspecto, concerniente a las reinterpretaciones y revisiones de la historia insular, desde una perspectiva patriótica y nacionalista de izquierda,  fue el  principal aporte de Emilito a los congresos, donde defendió con pasión su tesis sobre sobre la denominación del periodo bélico del último tercio del siglo XIX como Guerra Libertadora Cubana de los Treinta Años; abogó por generalizar el nombre de la Guerra hispano-cubanoamericana y afirmar la victoria de las armas libertadoras mambisas en dicha contienda; demostró con pruebas innegables que Cuba no debía su independencia a los Estados Unidos y fue enérgico en destacar la acción deletérea del imperialismo norteamericano contra la soberanía insular en los albores de la república.

Cada uno de los congresos tuvo un sello particular, y en la mayor parte de los casos prevaleció un argumento central de reflexión y discusión historiográfica. Así, el segundo encuentro llevó el lema de “Historia y cubanidad”; el tercero “La colonia hacia la nación”; “Historia y americanidad”, el cuarto; “Un lustro de revaloración histórica”, el quinto; “Reivindicaciones históricas”, el sexto; “La lucha por la independencia de Cuba”, el duodécimo e “Historia de Cuba republicana y sus antecedentes favorables y adversos a la independencia”, el decimotercero.

Efemérides de notoria trascendencia patriótica como el Centenario de la Bandera, el Cincuentenario de la República y la personalidad histórica de José Martí, recibieron detallada atención en las reuniones de 1950, 1952 y 1955.

Un aporte trascendental de los congresos nacionales de historia se encuentra en su conjunto de acuerdos, recomendaciones y mociones, cuyos argumentos se dedicaban a esclarecer o realzar hechos históricos relevantes, ponderar adecuadamente acontecimientos y procesos, subsanar errores históricos, destacar figuras y sucesos olvidados, recomendar buenas prácticas en los más diversos ámbitos de la enseñanza y la divulgación histórica, así como en la adecuada gestión y preservación del patrimonio histórico nacional y local.

Son muy numerosas tales declaraciones y rectificaciones, por lo que me ceñiré a destacar algunos de los acuerdos más trascendentes adoptados en el  Congreso de 1942: en primer lugar modernizar y extender la enseñanza de la historia en todos los niveles educativos de la república, con un carácter integral, libre de prejuicios y falsedades, y con preferencia para la explicación del desarrollo cultural y económico-social de las sociedades humanas, en detrimento de los  hechos militares y políticos y los detalles personales o episódicos; en el caso particular de la docencia en la asignatura Historia de Cuba, el Primer Congreso fue enfático en los siguientes puntos:

La enseñanza de la Historia de Cuba deberá proponerse como fin esencial la consolidación del espíritu de nuestra nacionalidad, realzando nuestros valores positivos en todos los campos de la actividad humana, la doctrina y el ejemplo de los forjadores de la cubanidad al través de nuestra evolución histórica, y el esfuerzo, los ideales y propósitos de nuestros libertadores, donde se dará el merecido lugar privilegiado al programa revolucionario de Martí, que deberá ser la base del ideario cubano, tanto en su sentido profundamente nacional como en su proyección americana y su inspiración y magnitud universales, para que la reafirmación patriótica sea primer paso hacia el reconocimiento justo y dinámico de la posición y la misión histórica de Cuba en el Continente  y en el Mundo.

De igual modo, el coloquio inaugural se pronunció por  reconocer el elevado papel de la masonería cubana  en la independencia, la libertad, la cultura y el progreso de Cuba; recomendar a profesores y autores de textos de historia de Cuba que, al referirse a determinadas insurrecciones, en particular la del año 1912, no las denominasen “movimientos racistas”, ya que tuvieron un carácter político y no exclusivamente de índole racial;  reivindicar la memoria de Finlay como el único descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla;  promover que en los altos centros educativos de la  nación se  realizaran investigaciones históricas con rigor científico sobre la evolución étnica del pueblo cubano, y la significación de las culturas que han contribuido a su formación, desde la época precolombina hasta la republicana; designar una comisión de expertos compositores encargados de realizar una revisión cuidadosa y definitiva del Himno Nacional; unificar los museos públicos existentes bajo un patronato único de museos y lugares artísticos de carácter oficial;  recomendar al Gobierno de la República que se dirigiera a sus representantes diplomáticos y consulares en Washington, París, Madrid y Londres, a fin de que realizaran búsquedas de los documentos existentes en dichos archivos sobre Cuba y remitieran copia autorizada al director del Archivo Nacional; y acordar que se le denominara, de manera oficial y pública, a la Guerra del 95 como La Revolución de Martí.

Tras el éxito de aquella primera reunión académica de los historiadores cubanos, el Segundo Congreso Nacional de Historia, que originalmente correspondía transcurrir en Matanzas y Cárdenas, finalmente sesionó en La Habana en octubre de 1943.

Su objeto de análisis sería exclusivamente la historia de Cuba y los movimientos, hechos y personajes de la historia de América o universal que se relacionaran directamente con aquella.  De igual modo fue señalada la conmemoración de los 250 años de la fundación de Matanzas y del Centenario del primer descubrimiento arqueológico de Cuba.

El intelectual y bibliógrafo matancero Carlos Manuel Trelles y Govín debió ser el Presidente de Honor de aquella cita, pero motivos de salud determinaron su relevo por Monseñor Eduardo Martínez Dalmau, Obispo de Cienfuegos, quien dio la bienvenida a los asistentes con un trabajo referido a la “Ortodoxia del pensamiento filosófico, político y religioso del Padre Varela”.

También hicieron uso de la palabra en la ceremonia inaugural, que tuvo por sede el Paraninfo de la Academia de Ciencias, el Dr. Felipe Pîchardo Moya, director ejecutivo de la Junta Nacional de Arqueología, quien se refirió al primer hallazgo arqueológico producido en Cuba (el caney de muertos en la ensenada de Santa María, al sur de Camagüey, por el Dr. Bernabé Mola) y el Dr. Emilio Roig, con una conferencia titulada “La cubanidad en los congresos nacionales de historia”, en la que el Historiador de la Ciudad reafirmó los principios rectores de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y realizó un extenso panegírico sobre la vida y obra de su gran amigo, recientemente fallecido, el Dr. Francisco González del Valle.

Algunas de las ponencias presentadas al segundo congreso fueron la de Julio Le Riverend sobre documentos cubanos y relativos a Cuba en archivos mexicanos; las tesis revisionistas de Rafael Soto Paz referidas a Martí y Agramonte; “Fundación de la ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas”, por José Ángel Treserra; “El tabaco en Matanzas. Apuntes históricos”, de José Rivero Muñiz y “Las cuatro culturas indias de Cuba”, de Fernando Ortiz.

En el Tercer Congreso Nacional de Historia, celebrado en la ciudad de Trinidad en 1944, fueron apreciables los aportes realizados, desde nuevas perspectivas científicas y arqueológicas, al conocimiento de las comunidades prehispánicas de la Isla y de manera particular a resaltar sus actitudes combativas frente al proceso de conquista y colonización.

Ejemplo de ello son los textos de Oswaldo Morales Patiño, “Manifestaciones de la rebeldía indocubana”; “Hatuey, el primer libertador de Cuba”, de César Rodríguez Expósito y la novedosa propuesta de Gustavo Gutiérrez Sánchez: “La primera guerra de los diez años por la independencia de Cuba, 1523-1533 (reivindicación del héroe indocubano Guamayrí)”.

En la cautivadora villa colonial, el congreso fue escenario para dar a conocer el decreto presidencial, promovido por la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, que reconocía a Trinidad como ciudad de excepcional riqueza artística e histórica.

El Cuarto Congreso Nacional de Historia fue acogido por Santiago de Cuba, en octubre de 1945, y fue dedicado al cincuentenario de la guerra de independencia de 1895 y al centenario del nacimiento del Lugarteniente General del Ejército Libertador Antonio Maceo Grajales.

Entre las conferencias de mayor relieve estuvo la titulada “La función social del historiador”, a cargo de Emilio Roig, verdadera pieza programática del oficio de investigar el pasado, como lo entendía el Historiador de la Ciudad: “Para nosotros la historia no es, ni ha sido, ni será simple tarea erudita, narrativa o apologética, sino empeño de crítica y revaloración de los verdaderos factores económicos, sociales y humanos que constituyen las raíces de nuestra integración nacional”.

Asimismo, fueron de mucha importancia los acuerdos tomados en relación con la vida y personalidad de Antonio Maceo, a quien se consideró “en la historia de nuestras luchas libertarias, el combatiente por excelencia, el más grande caudillo nacido en tierra cubana”.

Entre las recomendaciones de esta reunión, se destacan las de estimular el estudio de las circunstancias de la muerte de Francisco Gómez Toro al lado de Maceo; sugerir al pintor Enrique Caravia, autor de un boceto  titulado  La protesta de Baraguá, que en lugar de la escena del inicio de la entrevista de Martínez Campos con el general Maceo en Mangos de Baraguá, representara el momento de la protesta, cuando el jefe español pretende leer el documento de adhesión a la Paz del Zanjón y Maceo lo rechaza; y  proponer la designación del Dr. Leonardo Griñán Peralta, para que informara quiénes eran los personajes que estuvieron presentes en la histórica entrevista.

Un  asunto que suscitó particular interés entre los asistentes a los congresos, estuvo referido  a la historia de la medicina en nuestra patria, de lo cual una muestra elocuente fueron los aportes realizados al Quinto Congreso, que tuvo su sede en La Habana en noviembre de 1946, relacionados con la historia de la medicina de los tempranos siglos coloniales, la historia epidemiológica de enfermedades tropicales, la historia del uso y evolución de la anestesia quirúrgica en Cuba y los acercamientos biográficos a importantes  galenos y patriotas como Vicente Antonio de Castro y Bermúdez y Juan Guiteras y Gener.

Después de La Habana, la ciudad que mayor número de congresos de historia acogió fue Trinidad, en cuatro ocasiones (1944, 1947, 1949 y 1955). La sexta reunión de los historiadores cubanos se desarrolló en la villa trinitaria en octubre de 1947, bajo el lema de “Historia y Patria”.

Para finalizar la parte social del evento, los invitados se dirigieron el 12 de octubre al sitio desde donde partió Hernán Cortés a la conquista de México, y se develó otra lápida en el espacio del desembarco de Colón en su segundo viaje. Recordó aquellos sucesos de la historia colonial temprana la Dra. Hortensia Pichardo, profesora de historia del Instituto de La Víbora.

Entre las conferencias más notorias, estuvo la del presidente del congreso, el erudito remediano José Andrés Martínez Fortún y Foyo sobre la “Unidad histórica de Las Villas” y “La historia legendaria del Guaurabo”, impartida por la Dra. Pichardo. Su esposo, el Dr. Fernando Portuondo, disertó sobre la vida del patriota trinitario José María Sánchez Iznaga y Salvador Massip discurrió acerca de “La obra americanista y liberal de Humboldt”.

En la sección de acuerdos, se expusieron razones de carácter legal y testamentario, que demostraban la postura antiesclavista de José de la Luz y Caballero, y se razonó extensamente sobre la naturaleza funesta de las ambiciones políticas de los Estados Unidos hacia Cuba.

Bajo el lema de “Reivindicaciones históricas” se celebró el Séptimo Congreso Nacional de Historia, que fue amparado nuevamente por Santiago de Cuba. Fungió como presidente de honor el ministro de educación, Dr. Aureliano Sánchez Arango, quien expuso sus ideas sobre el “Relieve cultural y patriótico de los congresos nacionales de historia”.

Las secciones más numerosas fueron, como era ya tradición, las de historia de Cuba y  los estudios de acontecimientos, personajes y lugares de Oriente.

También se dedicó espacio a homenajear al Padre de la Patria, a quien Fernando Portuondo calificó como “prócer de grandeza moral incomprendida”, a José Martí y a reseñar aspectos de la biografía del mayor general Calixto García. En esta ocasión, se añadieron a los trabajos de historia de la medicina, otros relacionados con las ciencias matemáticas, físico-químicas y naturales.

El discurso de clausura fue pronunciado por el destacado historiógrafo santiaguero Leonardo Griñán Peralta, quien terminó su ilustrada oración con estas proféticas palabras: “Hace cincuenta años que terminó la guerra hispano-cubanoamericana. La Guerra de Independencia, la lucha por la liberación económica y política, no ha terminado todavía”.

El Octavo y el Undécimo Congreso Nacional de Historia regresaron nuevamente a Trinidad en diciembre de 1949 y mayo de 1955. El lema de 1949 fue “Conmemoraciones históricas”.

Enrique Gay Calbó y Felipe Martínez Arango recibieron sendos premios por obras presentadas en anteriores concilios, José Luciano Franco pronunció un discurso ante la tumba de los mártires trinitarios en el cementerio local y las palabras de clausura fueron dichas por Manuel Isaías Mesa Rodríguez, en sustitución de Fernando Portuondo.

Algunas de las ponencias de mayor relieve fueron “Martí como historiador”, de Manuel Isidro Méndez, “Consideraciones referentes a la enseñanza de la historia”, a la cuenta del ministro de educación Aureliano Sánchez Arango y “Utilidad y finalidad práctica de los congresos nacionales de historia”, por Mario Guiral Moreno, quien fungía como presidente del encuentro.

Se acordó reconocer a Narciso López como autor exclusivo de la bandera y resaltar la evidente filiación masónica de la enseña nacional; se hicieron diversas consideraciones sobre la historia de Remedios y Holguín, las hazañas de Quirino Zamora (El capitán chino) y se encargó la publicación y amplia difusión de biografías de cubanos ilustres cuyo centenario se cumplía en 1949, entre ellos el general José María Rodríguez, Enrique José Varona, Esteban Borrero y Tomás Romay.

Por último, se exhortaba al próximo congreso a abordar el periodo del cese de la dominación española en la Isla y la instauración de la primera intervención estadounidense.

Seis años más tarde, en la primavera de 1955, Trinidad fue centro por cuarta y última ocasión de las reuniones historiográficas cubanas. En este cónclave se rindió homenaje a un grupo de ilustres intelectuales y forjadores de la nación cubana, entre ellos José Martí, Juan Gualberto Gómez, Emilio Núñez, Benjamín Guerra, Federico Pérez Carbó, María Luisa Dolz, Nicolás Heredia, Ramón Pintó y Francisco Estrampes.

Al mismo tiempo, los congresistas rindieron tributo a la excelsa benefactora villaclareña Marta Abreu, colocando una ofrenda floral ante su monumento en el parque Leoncio Vidal, donde pronunció unas palabras el Dr. José Álvarez Conde, miembro de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología.

Algunas de las ponencias más relevantes de esta cita fueron: “Aspectos inexplorados en la obra de martí”, de Manuel Pedro González; “Por qué fue Martí a la guerra”, de Manuel Isidro Méndez; “Martí, su concepción jurídica y el liberalismo internacional”, por Max Henríquez Ureña; “La Revolución de Martí” y “Juan Gualberto Gómez, paladín de la independencia y la libertad de Cuba”, de Emilio Roig; “El lazo de la invasión”, por René Reyna Cossío; “Maria Luisa Dolz y la educación de la mujer”, por Fernando Portuondo y el estudio de Filiberto Ramirez Corría “Reconstrucción crítica del segundo viaje cubano de Colón”.

El discurso de clausura fue pronunciado por Manuel Isidro Méndez, con el título de “Camino a la inmortalidad”, dedicado a exaltar la figura martiana. Sobre este congreso, del que no se publicó resumen en los Cuadernos de historia habanera, dejó una simpática e informada crónica César Cruz Bustillo, miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de Oriente.

La urbe matancera de Cárdenas, por derecho propio, fue el asiento del Noveno Congreso Nacional de Historia, en octubre de 1950, ocasión propicia para conmemorar el Centenario de la Bandera Cubana, que tremoló allí el 19 de mayo de 1850 traída por una de las expediciones de Narciso López.

Esta cuestión y la primera intervención norteamericana en Cuba, ocuparon las discusiones centrales del evento, que contó además con una sede alterna en el balneario de Varadero y tuvo la sesión inaugural en el Liceo de Cárdenas, donde se hizo un acto de recordación al general Carlos María de Rojas, a cargo del Dr. Antonio María Maicas, secretario del Comité Pro Centenario de la Bandera.

Uno de los sucesos más importantes fue la conferencia de Manuel Isaías Mesa Rodríguez, en la Respetable Logia Perseverancia, donde evocó la presencia de Narciso López en Cuba; y también se hicieron emotivos recuerdos ante el monumento a la bandera, por la Dra. Hortensia Pichardo.

Entre los acuerdos de mayor trascendencia, el congreso estimó probada la autenticidad de la llamada “nota suicida” de Francisco Gómez Toro y declaró de manera terminante que Cuba no debía su independencia a los Estados Unidos y que solo con su propio esfuerzo, el pueblo cubano había luchado por conquistar sus ideales de soberanía, libertad y justicia social.

Esta opinión, como es conocido, tenía como autor a Emilio Roig, quien la convirtió en libro ese propio año 1950.

De igual modo se hicieron recomendaciones para la realización de diversas obras en recordación del Centenario Martiano, dedicar un parque en Remedios a la memoria del general Francisco Carrillo y se insistía en la importancia de continuar profundizando en las cuestiones relacionadas con la primera intervención estadounidense y sus funestos corolarios para el naciente estado cubano.

La Habana y Matanzas compartieron la sede del Décimo Congreso en noviembre de 1952, consagrado a homenajear el cincuentenario de la república.

En Matanzas se realizó un homenaje al comandante Luis Rodolfo Miranda y los invitados fueron saludados por el poeta nacional Agustín Acosta en el Ateneo matancero. El presidente del concilio, Enrique Gay Calbó, explicó la relación entre hispanismo y coloniaje y en sus palabras de clausura, Fernando Portuondo abogó “Para una historia de Cuba mejor”.

Entre las tesis aportadoras de este evento sobresalió una de las ponencias de Roig, que afirmaba que La Guerra Hispano-cubanoamericana fue ganada por el Ejército Libertador. 

Otra de las intervenciones del Historiador de La Habana era tajante en afirmar que llevábamos “Medio siglo de absorción y explotación imperialista norteamericana de la República de Cuba”.

El Duodécimo Congreso de Historia, tuvo como escenario a Jiguaní en agosto de 1956,  bajo la rúbrica de “La lucha por la independencia de Cuba”, en atención a las características patrióticas y revolucionarias de aquella región oriental, presagiando sin saberlo el estallido de una nueva revolución en las montañas de la Sierra Maestra, con el desembarco del yate Granma por la costa sur de Oriente, el 2 de diciembre de aquel año.

Los asistentes recorrieron varios lugares históricos de la epopeya del siglo XIX, entre ellos el poblado de Baire y los terrenos sagrados donde cayeron en combate Céspedes y Martí.

También colocaron una tarja en el  sitio conocido como Los Marañones, en señal de respeto a los mártires sacrificados el 7 de agosto de 1869, considerado el primer asesinato colectivo de patriotas cubanos realizado por el ejército español,  dos años antes del asesinato de los estudiantes de medicina de la Universidad de La Habana, el 27 de noviembre de 1871.

Tras el triunfo de la Revolución, en el mes de febrero de 1960, se celebró el último congreso nacional de historia bajo el liderazgo de Emilio Roig de Leuchsenring. En las palabras iniciales, el comisionado municipal habanero José Llanusa excusó la ausencia del líder de la revolución cubana Fidel Castro, y expresó el interés de Fidel y de su hermano Raúl en destacar las verdades de nuestra historia.

Entre las personalidades invitadas estuvo la señora Laura Meneses, esposa del adalid de la independencia puertorriqueña Pedro Albizu Campos, a cuya causa el congreso brindó decidido apoyo.

Esta reunión incluyó en su programa una visita a la cooperativa agrícola Cuba Libre de Jovellanos, acompañados por el capitán del ejército rebelde Antonio Núñez Jiménez, director ejecutivo del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA).

También se hicieron recorridos por las obras en restauración a cargo del Ministerio de Obras Públicas en los castillos de la Real Fuerza y la Punta, y en los conventos de San Francisco de Asís y Santa Clara, donde fueron agasajados con un almuerzo por el titular de dicho ministerio, arquitecto Osmani Cienfuegos.

La sesión de clausura estuvo a cargo del ministro de educación, Dr. Armando Hart y del presidente del congreso, Dr. Fernando Portuondo.

El  Decimotercer Congreso Nacional de Historia hizo fervorosa adhesión de principios y apoyo de sus participantes a la revolución cubana;  manifestó el deseo de que se erigiera un parque nacional en las ruinas del Ingenio Demajagua, para honrar la memoria de Céspedes y sus gloriosos compañeros de gesta; reconoció que era Pedro Figueredo Cisneros el único autor del himno nacional de Cuba; abogó por la restauración de inmuebles de altísimo valor histórico, como las fortalezas del Morro en Santiago de Cuba, el castillo de Jagua en Cienfuegos, el de San Severino en Matanzas y el castillo de la Real Fuerza en La Habana.

De igual modo estimó que debían realizarse trabajos de conservación en el Palacio del Segundo Cabo y en los monasterios de San Francisco y Santa Clara en la capital, e iniciarse obras de restauración de la casa natal de Céspedes en Bayamo.

En igual dirección, los  congresistas pidieron al gobierno revolucionario la declaración de monumento nacional del busto de Martí de Jilma Madera, ubicado en el pico Turquino, y de la escalinata, la Plaza Cadenas y el edificio del rectorado de la Universidad de La Habana, como símbolos del espíritu de rebeldía del estudiantado cubano contra las dictaduras de Machado y Batista.

Termino estas palabras de elogio y recordación de los Congresos Nacionales de Historia, celebrados entre 1942 y 1960 bajo la impronta de Emilio Roig de Leuchsenring y sus colaboradores de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, con las palabras que el Historiador de la Ciudad dirigió a los participantes de aquel evento en revolución:

Los Congresos Nacionales de Historia han deshecho por completo el relativo aislamiento en que vivían y trabajaban nuestros historiadores, muchas veces alejados por el retraimiento que a menudo caracteriza al intelectual o por su sistema de vida; y aún más  alejados, generalmente por esas mismas razones, de nuestro pueblo tan necesitado de las lecciones que encierra su propia historia, del sano optimismo y del espíritu de lucha que infunden verdades tan estimulantes para los cubanos como las que constituyen nuestra lucha por el mejoramiento colonial, primero, nuestro tesón por la libertad, más tarde, y nuestra pelea titánica por la independencia nacional que llega hasta nuestros propios días. (…)

Al reunirnos los historiadores cubanos en este XIII Congreso Nacional de Historia, inicia Cuba una nueva vida de verdadera democracia y libertad, conquistada por la Revolución que eliminó la sanguinaria tiranía que padecíamos y estableció un gobierno, que ha ido transformando nuestra Patria en una República efectivamente libre y soberana, por el pueblo y para el pueblo, y se ha enfrentado, valiente y triunfalmente, abatiéndolo por completo, al imperialismo norteamericano.

No caben dudas entonces de que los congresos nacionales de historia en su etapa republicana fueron, al decir del propio Roig “la actividad principalísima de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales en el terreno de lo nacional” y que, como señalara uno de sus más cercanos colaboradores, Carlos Rafael Rodríguez: “Los congresos de historia fueron organizados no como foros cerrados sino como tribunas abiertas enclavadas en las distintas poblaciones del país, a los cuales la historia de Cuba llegó no como un ejercicio profesoral sino como una obra de cultura popular”.

Octubre de 2022

Los Congresos Nacionales de Historia en tiempos de Emilio Roig De Leuchsenring (1942-1960)

Israel Escalona Chadez

La Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), asociación fundada el 7 de diciembre de 1981, lideró el rescate de los Congresos Nacionales de Historia, surgidos en 1942, gracias a la iniciativa y esfuerzos de instituciones como la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales y la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana y de personalidades como Emilio Roig de Leuchsenring.

Desde los primeros años, bajo el liderazgo de su presidente fundador el Dr. Julio Le Riverend Brusone, una de las voces imprescindibles de la historiografía nacional, la asociación concibió la continuidad de los Congresos Nacionales de Historia.  

Así lo confirma la convocatoria al Primer Congreso de la Unión de Historiadores de Cuba,  a realizarse en el Palacio de las Convenciones los días  17, 18 y 19 de diciembre de 1986, donde se precisa: “Este primer encuentro de los historiadores cubanos después del triunfo de la Revolución, constituirá de hecho, una señalada oportunidad para mostrar los avances de su trabajo científico en disímiles campos, temas y períodos de gran interés para investigadores y especialistas”. [1]

Y mucho más en la segunda circular previa al evento cuando declaró: “Será esta una ocasión singular para debatir en la escala de diferentes experiencias, ideas y hechos nacionales, especialmente latinoamericanos, sin excluir, desde luego, otras de naturaleza universal. Los Congresos Nacionales  de Historia celebrados en Cuba desde 1940 hasta 1955, bajo la inspiración del eminente investigador Dr. Emilio Roig de Leuchsenring constituyen una tradición científica  que se continúa y expande tanto en su espíritu como en sus resultados en este Primer Congreso…”[2].

Es evidente el espíritu de continuidad, aunque haya que rectificar las fechas de los congresos precedentes, que en realidad se enmarcaron entre 1942 y 1960.

Con el mismo sentido de continuidad, y tal como en los eventos predecesores, se precisaron los temas centrales para el debate.

En primer lugar “La esclavitud y su proceso de abolición, particularmente en el Caribe”, asunto que alcanzó relevante notoriedad en el contexto de la conmemoración del centenario del fin del lastre esclavista.

Igualmente es comprensible que se convocara al debate de “Los procesos socio económicos en América latina a partir de 1945” y “La historiografía de la Revolución Cubana”, cuando se conmemoraban el 40 aniversario de la terminación de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la “guerra fría” y los primeros veinte y cinco años del triunfo de la Revolución Cubana.

El otro tema convocado “Problemas y perspectivas de la enseñanza de la historia de Cuba” siempre fue de la máxima prioridad en los eventos de los historiadores y no es casual que su asociación profesional  también lo priorizara.

En llamados posteriores al evento se incorporó el tema “Vida y obra de Máximo Gómez”, que resultaba esencial en el año de la conmemoración del sesquicentenario del nacimiento del Generalísimo.

Este primer evento organizado por la UNHIC se inspiraba en los antecesores Congresos Nacionales de Historia y sentaba las bases para los empeños posteriores.  

Durante la organización del Primer Congreso se emitieron orientaciones a las filiales provinciales de la asociación constituidas para que se prepararan, con la realización de  eventos previos, así como que constituyeran jurados por cada una de las líneas temáticas, en las que se otorgaría un premio y menciones, y que estos trabajos premiados se enviarían al Comité Organizador para seleccionar las ponencias que asistirían al evento nacional.

Es incuestionable que los procederes organizativos de este Congreso sirvieron de modelo para muchos de los eventos organizados posteriormente por la UNHIC, incluyendo los Congresos Nacionales de Historia.

El Tercer Congreso de la UNHIC, celebrado en La Habana en noviembre de 1995,  fue fundamental en el fortalecimiento de la asociación, con una estructura verdaderamente nacional y la aprobación de documentos claves para su funcionamiento como  los “Estatutos” y el “Código de ética profesional de los historiadores cubanos”;  y la Tesis  Central “Los historiadores y la historiografía en la hora actual de Cuba”, escrito trascendental donde se definen principios esenciales para el  trabajo de los historiadores, a partir de que “…

En la coyuntura actual de la sociedad cubana no cabe duda alguna de que los que se dediquen al estudio de la historia y en particular de nuestra historia, investigadores y docentes están llamados a desempeñar un papel de primer orden en la pugna de ideas que están planteadas y en el fortalecimiento de los valores patrióticos, cívicos y éticos del pueblo” [3]

El Comité Ejecutivo Nacional (CEN) electo, con Eusebio Leal Spengler  como presidente, en su reunión del 20 y 21 de junio de 1996 aprobó una de sus decisiones más trascendentales: la reanudación de los Congresos Nacionales de Historia.    

 La inauguración del Decimocuarto Congreso Nacional de Historia, en La Habana el 27 de octubre de 1997, significó el logro de uno de los más acariciados anhelos de los historiadores cubanos y un hito importante para el desarrollo de las Ciencias Históricas en Cuba.

Cercanos a la conmemoración del centenario de los sucesos de 1898, y en medio del regreso al debate historiográfico en torno al tema, sobre todo en los países implicados en el conflicto, el evento de los historiadores cubanos se realizó bajo el lema “Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos”, una de las tesis  refrendadas por las citas científicas anteriores. [4]

Como símbolo de la continuidad se decidió que el Congreso tomara la numeración seguida del último de los eventos realizados, el decimotercero que tuvo por sede a La Habana en febrero de 1960.

El Decimocuarto Congreso Nacional de Historia comenzó con el  tributo a José Martí en el Parque Central de La Habana, y con el mismo sentido simbólico de continuidad fue encabezado por los doctores Antonio Núñez Jiménez, quien había representado al Gobierno Revolucionario en el Decimotercer Congreso Nacional de Historia, y Eusebio Leal Spengler, presidente de la UNHIC y del Congreso, quien más allá de lo simbólico, en el discurso de apertura  declaró el Decimocuarto Congreso como “… continuador de los organizados por el historiador Emilio Roig de Leuchsenring para dignificar la historia cubana” [5]

Ese es el espíritu que ha marcado el trabajo de la asociación: continuar y perfeccionar la magna cita de los historiadores cubanos.  

Al rescatar los Congresos Nacionales de Historia se respondía al complejo contexto histórico de la nación cubana, por lo que el evento declaró como objetivo: “Promover el mayor auge de los estudios históricos y difundirlos con el propósito de que ese conocimiento consolide la conciencia cubana en el desarrollo histórico de la nacionalidad y estimule al más sano patriotismo”.[6]

Al organizar el Congreso se atendió a que las circunstancias habían cambiado, con el desarrollo de la historiografía nacional, amparado en un proceso de institucionalización  que lo respaldaba y justificaba su ensanchamiento, con la formación de numerosos profesionales en las carreras universitarias de Licenciatura en Historia, Licenciatura en educación, especialidad marxismo leninismo e historia y en Licenciatura en historia del arte, a lo que se une la graduación de especialistas en los centros formadores del personal militar y en las Escuelas del Partido Comunista de Cuba.

Esta realidad exigía ajustar la convocatoria y el proceso organizativo a los nuevos requerimientos. 

Luego de precisar que el evento se realizaba con el “objetivo de rescatar la tradición implantada por el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, razón por la cual se sigue su orden numérico”, [7]  en el Reglamento del Congreso se expusieron los pormenores organizativos que partían de experiencias de las citas precedentes y novedades, acorde con las nuevas circunstancias

 Las sesiones de trabajo del Decimocuarto Congreso se desarrollaron en el Museo de la Revolución (antiguo Palacio Presidencial) y tuvo como aspecto novedoso que al debate de las Comisiones de trabajo se convocaron relevantes personalidades de la historiografía en condición de Presidentes de honor, una iniciativa del Secretario de Actividades Científicas Pedro Pablo Rodríguez López, quien sentó pautas para el desenvolvimiento posterior de estas convenciones.

 Entre 1997 y 2022  las sucesivas directivas de la UNHIC presididas por Eusebio Leal Spengler, Raúl Izquierdo Canosa, Roberto Pérez Rivero y Jorge Luis Aneiros Alonso han organizado once ediciones de los Congresos Nacionales de Historia.

Durante este cuarto de siglo el propósito ha sido continuarlos y perfeccionarlos a fin de hacerlos dignos continuadores de sus predecesores. A ese empeño han contribuido otras instituciones y asociaciones que respaldan la organización de los eventos: el Ministerio de Cultura y su red de instituciones, la Academia de la Historia de Cuba, el Instituto de Historia de Cuba, la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la Republica, la Sección de Literatura Histórica y Social de la UNEAC y el Centro de Estudios Martianos; así como las instituciones culturales y académicas y las autoridades políticas y gubernamentales de las provincias  sedes.

El Comité Ejecutivo Nacional aprobó numerosos acuerdos y documentos normativos en aras de perfeccionar los eventos, como el “Documento Base de los Congresos Nacionales de Historia” (en Holguín en el 2010) y el “Reglamento de los Congresos Nacionales de Historia (en La Habana en el 2019).

Siguiendo la pauta trazada por los Congresos anteriores, las citas se han extendido a varias localidades del país, de manera que de las once reuniones científicas, diez han tenido sede en igual número de provincias, pues la vigésima edición no tuvo cita nacional, aunque fue clausurada formalmente en Guantánamo.  

Las fechas y sedes de los Congresos Nacionales de Historia fueron: el Decimocuarto en La Habana en 1997, el Decimoquinto en Sancti Spiritus en 1999, el Decimosexto en Santiago de Cuba en el 2001, el Decimoséptimo en Cienfuegos en el 2003, el Decimoctavo en Matanzas en el 2005, el Decimonoveno en Ciego de Ávila en el 2009,  el Vigésimo Congreso no tuvo cita nacional pero concluyó sus sesiones en Guantánamo en 2011, el Vigesimoprimero en Camagüey en el  2014, el Vigesimosegundo en Holguín en el 2016, el Vigesimotercero en Granma en el 2019 y el Vigesimocuarto en Pinar del Rio en el 2022. 

 Como sus antecesores, en la convocatoria a los eventos se determinan los temas a debatir y cada Congreso es presidido por un lema que lo identifica.

La designación de la provincia sede se realiza en atención a su labor y se relaciona con importantes efemérides y para  la selección de las ponencias se realizan eventos provinciales y una comisión evaluadora decide las que asisten al Congreso.

 Durante los cónclaves se propicia el debate de problemáticas fundamentales y la presentación de novedades historiográficas, a la vez que se reverencian a personalidades de la historia.

Es una pretensión suprema y permanente que los acuerdos, contenidos en el Acta Final o Relatoría general, como se le ha llamado indistintamente, y en la Declaración Final, impacten en la historiografía y repercutan en el tratamiento a la historia y la labor de los historiadores, en el empeño de perfeccionar la investigación, divulgación y enseñanza de la historia.  

En cada edición de los Congresos se incorporaron elementos organizativos para perfeccionarlos: se hizo más rigurosa la selección de las ponencias, se experimentaron ideas en cuanto a la convocatoria inicialmente dividida por etapas de la historia y problemáticas fundamentales hasta la decisión de determinar temas fundamentales para el debate desde las diversas especialidades de las ciencias históricas, se variaron las formas de participación que fue desde el establecimiento de cuotas por filiales hasta la decisión de circunscribirlo a la calidad de los trabajos.

En correspondencia con el desarrollo institucional alcanzado por los estudios históricos y la irrupción de sucesivas generaciones de historiadores, profesores de historia y otros profesionales interesados en los estudios históricos, estos cónclaves se distinguen por la masividad, con la participación numerosa de asociados desde la base hasta la cita nacional.

Una característica de estos eventos es que confluyen profesionales de diversas generaciones, desde consagrados y laureados investigadores hasta jóvenes colegas que, en muchas ocasiones, presentan sus resultados investigativos realizados en opción a títulos académicos o grados científicos.  

Los resultados científicos presentados en los congresos son mayoritariamente socializados en diversas publicaciones en soportes de papel o digital y sirven de base para proyectos audiovisuales, con lo cual se garantiza el deseado impacto social. 

Como en los congresos precedentes se ajustaron vías para la socialización de los resultados y el debido seguimiento a los acuerdos, con la realización de memorias de cada evento.  Un logro reciente es que se  publican las ponencias aprobadas para participar en los Congresos en un libro digital realizado por el sello de las Ediciones UNHIC.    

Entre los temas invariablemente presentes en los debates congresionales sobresalen los referidos a la enseñanza de la historia en los diversos niveles educacionales y a la protección y rescate de los valores patrimoniales; aunque sigue siendo una aspiración el mayor intercambio sobre los problemas teóricos y metodológicos de la investigación y la enseñanza de la historia.

Son igualmente recurrentes la presentación de investigaciones sobre temas inexplorados o exiguamente investigados, con destaque para los hechos y personalidades de las localidades cubanas.

Múltiples iniciativas se incorporaron como la realización del Encuentro de estudiantes de historia, que luego de su interrupción, fue recuperado en el Vigesimotercer Congreso  desarrollado en la provincia Granma y se develaron tarjas en los sitios de realización de los cónclaves para dejar testimonio de su realización en la memoria histórica.  

Como ocurría en los primeros congresos, las concepciones en la organización de los eventos con la definición de programas científicos y colaterales posibilitan la necesaria extensión de los debates de los cónclaves a las comunidades de las ciudades sedes y otros territorios, en especial lugares históricos, con los deseados impactos educativo, político e ideológico.

Consecuentes con sus antecesores, los Congresos Nacionales de Historia son reuniones de un alto rigor científico, contenido patriótico y de compromiso de los profesionales de la historia con el proyecto social cubano.

Al conmemorarse ocho décadas del Primer Congreso Nacional de Historia y  un cuarto de siglo de que se rescatara y continuara la loable tradición, existe absoluta conciencia de la importancia de estos reuniones científicas, por lo que su perfeccionamiento continuo constituye un compromiso y un reto perenne de los historiadores cubanos. Continuidad, renovación y responsabilidad profesional  definen, y continuaran definiendo, la trayectoria de los Congresos Nacionales de Historia.

[1] Circular de Información, n.1 Primer Congreso de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba en Archivo Unión de Historiadores de Cuba.  El suelto promocional de la convocatoria fue impreso en el Departamento de Ediciones y Conservación de la Biblioteca Nacional José Martí  y firmada por el Lic. Gabino de la Rosa Corzo, Secretario de Organización de la  UNHIC

[2] Circular de Información. N. 2 Primer Congreso de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. Archivo Unión de Historiadores de Cuba. , subscrita por el Comité de Honor integrado por los doctores José Luciano Franco y Hortensia Pichardo y el Comité Ejecutivo encabezado por el Dr. Julio Le Riverend e integrado por los licenciados José A. Tabares del Real, Gabino de la  Rosa y Gloria García, 

[3] Tesis Central “Los historiadores y la historiografía en la hora actual de Cuba” en  Unión Nacional de historiadores de Cuba. Documentos, p. 51

[4] Cfr. Namilkis Rovira Suárez e Israel Escalona Chadez: “La guerra hispano cubano norteamericana en los  Congresos Nacionales de Historia (1942 – 1960): la vigencia de sus postulados esenciales” en  Revista de la Biblioteca Nacional José Martí,   Enero –  junio, 2018, pp. 110 – 116.

[5] Pedro Antonio García: “Nuestra independencia es producto del sacrificio del pueblo cubano” en  Granma, 29 de octubre de 1997, p.

[6] “Convocatoria del XIV Congreso Nacional de Historia” en Archivo de la Unión de Historiadores de Cuba.

[7] Reglamento del XIV Congreso Nacional de Historia en Archivo de la Unión de Historiadores de Cuba.

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