Por Manuel Fernández Carcassés, * Dr. en Ciencias Pedagógicas. Profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de Oriente. Miembro correspondiente nacional de la Academia de la Historia de Cuba.
El seminario San Basilio Magno, de Santiago de Cuba, cumplió 300 años. Fue fundado, a instancias del obispo Jerónimo Valdés, en abril de 1722. Es, por tanto, el más antiguo de los centros docentes cubanos en activo.
Fue una institución de especial contribución al desarrollo cultural del oriente de la Isla, donde se formaron, para después continuar estudios universitarios en La Habana, Santo Domingo o España, no pocos hombres ilustres, como José Antonio Saco, destacado intelectual; Laureano Fuentes Matons, músico y escritor; Manuel Justo Rubalcava, uno de los primeros poetas cubanos; Diego Vicente Tejera, poeta y patriota; Bernardo HechavarríaO’Gaban, notable jurista; Donato Mármol, uno de los líderes de la Guerra de los Diez Años; el sacerdote patriota José Francisco Esquembre, vilmente asesinado en Cienfuegos por sus vínculos con la insurrección del 68; Juan Bernardo O’Gaban, varias veces diputado a Cortes en representación de la elite criolla y eminente profesor de Filosofía en el seminario de San Carlos; Joaquín Planas Ulloa, general del Ejército Libertador; Pedro Santacilia, patriota cubano, que fuera secretario de Benito Juárez; Rafael María Merchán, intelectual y patriota manzanillero; el arzobispo Francisco Barnada, alumno y profedel seminario, quien instaló la primera diócesis cubana después del cese de la dominación española. Todos, como ha asegurado la historiadora Olga Portuondo, “habrían de sobresalir por su sentido ético de amor a la patria adquirido en sus aulas”.
Muchas personalidades destacadas de la cultura nacional impartieron clases en este seminario. Se destacan Esteban Salas, el padre de la música culta en Cuba, y Juan Bautista Sagarra, de quien afirmó José de la Luz y Caballero: “[…] a veces […] se me cita como el más entusiasta de la enseñanza; justicia es decir, que en Santiago de Cuba hay una antorcha que ilumina con rayos más luminosos: hablo señores, de mi querido amigo, Don Juan Bautista Sagarra”. También enseñaron en este seminario Francisco Muñoz del Monte; el músico Juan París; Tristán de Jesús Medina, poeta y novelista bayamés, y Ricardo Repilado, quien desarrolló allí las últimas actividades de su carrera profesoral.
Dos obispos, en el siglo xviii, intentaron convertir al seminario San Basilio Magno en universidad: Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y Joaquín Osés de Alzúa y Cooparacio. Este último, a tales efectos, acometió importantes reformas en el plan de estudios y en las instalaciones, a las que dotó de modernos laboratorios y biblioteca. Sin embargo, no tuvieron éxito y Santiago de Cuba tuvo que esperar hasta el siglo xx para tener su propia universidad.
Otro reformador, el padre Jerónimo de Usera, trató de introducir sustanciales mejoras en el seminario; pero la oposición a tal pretensión vino esta vez del seminario de San Carlos, que presionó a Usera a “sujetarse a los elencos académicos establecidos”. El obispo Santiago Hechavarría y Elguezúa, antiguo alumno del seminario, desde su mitra, auspició la reestructuración de San Basilio el Magno, al proponer nuevos estatutos en 1774, y fue el fundador del de San Carlos y San Ambrosio en La Habana y redactor de sus primeros Estatutos. Su acción modernizadora no se limitó únicamente al ámbito de la enseñanza religiosa; se le señala como uno de los primeros que se preocupó por el avance cultural de la Isla.
En los locales del seminario santiaguero, funcionó en el siglo xviii la primera imprenta del oriente cubano, y su sede estuvo en el epicentro de no pocas turbulencias políticas y religiosas, como el Cisma Orberá-Llorente, que al decir de Ricardo Repilado ha sido “la tormenta más grave que haya azotado a la Iglesia de Cuba”.
El arzobispo Antonio María Claret y Clará, bien entrado el siglo xix, introdujo importantes reformas en este seminario, que lo convirtieron en un centro exclusivo de formación de sacerdotes y elevaron su calidad académica; pero no pudo resolver la siempre precaria situación económica que había acompañado a la institución desde sus inicios, a pesar de la cual, al decir de Olga Portuondo, “[…] fue una institución que generó cultura criolla, aún con métodos y cátedras escolásticas; durante la primera mitad del siglo xix asumió los principios de la ciencia y la libertad que portaba la Ilustración”.
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