Por: Roberto Francisco Unger Pérez
Historiador de Nueva Gerona, Isla de la Juventud.
Precisamente el 13 de marzo de 1925, desde este terruño pinero, se desencadenaron sucesos que fueron esenciales para la formación nacional cubana en este territorio insular. Ese día concluyeron muchas jornadas de lucha por la cuestionada cubanía de la entonces llamada Isla de Pinos.
Tres factores fundamentales signaron dicho proceso:
- La intransigencia militante y antimperialista del movimiento estudiantil ante la actitud conciliadora y servil del presidente Alfredo Zayas ante la cuestión pinera.
- La inteligencia y capacidad negociadora y diplomática del primer embajador cubano en Estados Unidos, Cosme de la Torriente Peraza, aún por estudiar a profundidad.
- El Movimiento Cívico-Nacional que se organizó para darle la batalla al gobierno servil, a la arrogancia imperial yanqui y a los intereses de los monopolios por arrancarle la Isla a la nación cubana, como antes habían hecho con la base naval de Guantánamo.
Algunos historiadores quizás no comprendan por qué los pineros nos aferramos a esta celebración: no es que queramos rendirle culto a los que algunos llamaron en su momento, una regalía del imperio por conveniencias geopolíticas; todo lo contrario, el tratado fue el resultado de una larga lucha, en la que no solo participaron políticos e intelectuales, sino un pueblo entero, incluso analfabetos y mujeres.
Después de lo acontecido con la base naval de Guantánamo, los cubanos desconfiaron de la nueva clase política que ya había traicionado la República soñada por Martí. Quizás con este asistimos a uno de los primeros capítulos de la guerra de símbolos en la historia de nuestra patria. La amplia presencia de colonos y emprendedores norteamericanos en Isla de Pinos hizo que cada establecimiento, negocio e institución, estuviera presidido por la bandera norteamericana. Muchas crónicas de la época destacan este detalle que, a su vez, confirmaba la ideología anexionista de aquellos hombres que en la temprana fecha de 1905 habían proclamado un gobierno norteamericano en la Isla de Pinos y concebían una colonia norteamericana.
Desde entonces, la actitud de los pineros y cubanos fue desplegar el “pabellón de la patria”, como confirmación de la nacionalidad cubana, y precisamente el 13 de marzo de 1925 fue la bandera cubana el símbolo de aquella primera manifestación de pueblo jubiloso por la confirmación de algo que la Constitución de 1901 decía, pero que estaba en peligro. El pedestal ubicado en la Escuela Pública no. 1 fue dedicado a la bandera cubana y cada institución nacional quedó signada por la bandera de la estrella solitaria; quizás hoy debamos reflexionar y no darle espacio a otra, pues como decía Bonifacio Birne: “no deben flotar dos banderas / donde basta con una: ¡la mía!”.
Desde entonces, el 13 de marzo de 1925 ha sido una fecha recordada por el pueblo pinero, para no olvidar el peligro anexionista que ambicionaba, en este caso, apropiarse del espacio de Isla de Pinos al considerar que no pertenecía al archipiélago cubano; la cubanía de esta isla, definida en el tratado firmado en 1904, sin que se lograra hacerla valer. También para confirmar aquellas tradiciones culturales que materializan la “unidad nacional” de aquel acontecimiento. Lo importante no es el convite sino la cultura, los valores que seamos capaces de mantener vivos y trasladar de generación a generación de pineros y cubanos.
La condición insular de nuestra patria es un factor importante a reconocer en el proceso de formación nacional. En el caso pinero también tiene esa relevancia para la confirmación nacional sobre Isla de Pinos; en el año 1925, se demostró que todo el archipiélago y no solo la isla principal estaban adosados a una misma plataforma insular submarina y a un mismo proceso sociocultural.
Así el 13 de marzo de 1925 resulta una fecha que trasciende lo político y va más allá, es una fecha para rendirle culto a la voluntad soberana de todo un pueblo para confirmar las raíces más profundas de la cultura nacional, para empoderar los símbolos de la nación cubana para continuar forjando la unidad nacional. La investigación realizada por historiadores pineros Javier Negrín Ruiz y Jorge Fernández Guerrero, concretada en el libro La masonería cubana y el Tratado Hay-Quesada, publicado en el 2018 y que recibió el Premio de la Crítica José Luciano Franco en el 2019, confirma que este acontecimiento rebasa los límites de lo local y trasciende como parte de la historia nacional, de la lucha de un pueblo por su soberanía.
Los acontecimientos recientes en Europa dan cuenta de cómo una vez más el imperialismo regresa a la época de la guerra fría; de que el fascismo, el neofascismo, es utilizado como punta de lanza de sus intereses geopolíticos. No debemos olvidar cómo Adolfo Hitler quemó en la hoguera importantes obras escritas que no se avenían con la ideología nacional socialista, pero el hecho de que sus esencias ya formaron parte de la conciencia de los pueblos agredidos impidió que ese crimen fuera consumado.
El 13 de marzo pinero debe formar parte de la vida cotidiana del pueblo cubano y funcionar como arma infalible ante cualquier intento por romper la unidad nacional, aventurado por los nuevos anexionistas y por los defensores de ideas extremistas.
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