Por: Ibrahim Hidalgo Paz
Tras diez años de enfrentamiento bélico, no fueron alcanzados los dos objetivos que habían logrado mantener sobre las armas a miles de combatientes durante la Década Heroica: la independencia y la abolición. No obstante, la frustración no fue suficiente para extinguir las ansias de libertad entre las grandes masas del pueblo cubano, como quedó demostrado con la llamada Guerra Chiquita, continuación de la anterior e igualmente concluida sin la desaparición del colonialismo hispano, cuya economía se sustentaba en el inhumano sistema esclavista. Nuevos intentos patrióticos signarían los ochenta, con la pérdida de valiosas vidas humanas y el incremento de las tensiones dentro del movimiento revolucionario cubano, acicateadas por la constante labor divisionista llevada a cabo por agentes infiltrados y traidores, así como por el aliento de supuestas reformas, soluciones ofrecidas por el gobierno de Madrid y nunca cumplidas. Las vanguardias revolucionarias no cejaron ante aquellos procedimientos, a pesar del agotamiento provocado por los reveses, los fracasos, las discordias. Una y otra vez surgirían propuestas para reencauzar los ánimos y las fuerzas dispersas. En la generalidad de estos intentos está José Martí, vinculado a los nobles propósitos o propiciando algunos de ellos. Sus ideas eran el resultado no solo del estudio de las circunstancias cubanas, sino también del análisis de la situación internacional, particularmente de la interdependencia entre las regiones latinoamericana, caribeña y estadounidense, lo que le permitió avizorar los peligros representados por las ansias imperiales de dominio continental del país norteño, agazapadas ante la fuerza indisputable de las potencias europeas. Sus conclusiones lo llevaron a elaborar una estrategia revolucionaria cuyo primer paso, decisivo, era lograr la independencia absoluta de Cuba mediante la violencia revolucionaria, y fundar una república que por sus fundamentos y proceder democráticos contara con amplio apoyo popular, lo que permitiría gestar la unión de las islas hermanas de las Antillas y, de este modo, enfrentar las amenazas internas y externas, en un ámbito donde prevaleciera el equilibrio de las fuerzas en pugna en el universo. Martí no era un ente solitario que clamaba en un desierto, sin apoyo alguno de sus contemporáneos, sino el dirigente de una vanguardia ideológica, política y cultural que en las emigraciones y en Cuba se mantenía activa, en espera del momento adecuado para juntar las fuerzas dispersas y reiniciar la batalla anticolonial. Esto le permitió al Maestro dar respuesta adecuada a la solicitud de un grupo de patriotas de Tampa, que lo invitaron, en noviembre de 1891, a hablar a los emigrados con motivo de la conmemoración del fusilamiento de los estudiantes de Medicina. Era la primera vez que viajaba a una comunidad del sur estadounidense, integrada principalmente por patriotas entusiastas e incluadicables. Fue esa ocasión propicia para el diálogo, el intercambio de ideas y experiencias con miembros de losto conocido como “Resoluciones”, aprobado en aquella ocasión y ratificado dos días después con los aplausos de la multitud congregada en el Liceo Cubano. El texto contiene las ideas fundamentales que Martí desarrolló y expuso, entre los días 2 y 5 de enero de 1892, a dirigentes de la casi totalidad de las agrupaciones de Cayo Hueso, adonde había sido invitado. Surgió de la discusión y el análisis exhaustivo, del intercambio de opiniones, el Partido Revolucionario Cubano, regido por las “Bases”, programa mínimo definitorio de propósitos y aspiraciones, así como por los “Estatutos secretos”, que normaban sus estructuras y funciones. Ambos documentos debían ser sometidos a la consideración de los miembros de las múltiples asociaciones existentes o de nueva creación. Este proceso se prolongó hasta el 8 de abril, cuando se realizaron las elecciones para los dos cargos de dirección, delegado y tesorero, que, por votación mayoritaria, fueron ocupados por Martí y Benjamín J. Guerra, respectivamente. El día 10, las asociaciones de Cayo Hueso, Tampa y Nueva York realizaron actos de proclamación del Partido, y del resultado del escrutinio. Había concluido el proceso de creación de la agrupación político-militar cuyos dos objetivos esenciales lograron la unidad del movimiento revolucionario cubano: preparar la contienda y sentar las bases de la sociedad futura. Comenzaba a organizarse la “guerra de espíritu y métodos republicanos”, cuyo éxito aceleraría “la fundación de la nueva República indispensable al equilibrio americano”.
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