Por Nelson Domínguez Morera, Noel, Coronel (r) de las FAR.
Designado presidente de la República en momentos sumamente críticos para la Revolución, le tocó sustituir a uno que había defraudado las esperanzas puestas en él por el máximo líder de la gesta heroica que había hecho sucumbir la tiranía. El sustituido —Manuel Urrutia Lleó— no pudo trascender su origen de clase: la radicalización de una revolución verdadera lo puso a prueba, suspendió la asignatura y, por ello, la historia no lo absolvió.
Osvaldo Dorticós Torrado, de cuna más adinerada aún que la de su antecesor, no era un improvisado; iniciado en los avatares revolucionarios desde su amada Cienfuegos, tuvo una activa presencia en la lucha contra las dictaduras de Gerardo Machado Morales y de Fulgencio Batista Zaldívar.
Con apenas 14 años formó parte del Ala Izquierda Estudiantil e integró el comité de huelga en 1935 y en su etapa de estudiante de Derecho, en la Universidad de La Habana, se opuso a los desmanes de Batista. En 1948 ingresó en el Partido Socialista Popular (Comunista), donde trabajó como asesor jurídico y, a través del cual se presentó a las elecciones municipales. Después dirigió el movimiento revolucionario en Cienfuegos, pero fue detenido. Se enfrentó al golpe militar del 10 de marzo de 1952 por lo que guardó prisión en varias ocasiones.
Fue coordinador del Movimiento Revolucionario 26 de Julio en su ciudad natal y tras el levantamiento de Cienfuegos (5 de septiembre de 1957), resultó una vez más aprehendido. El Colegio de Abogados logró su libertad y entonces partió al exilio en México, donde permaneció hasta que en 1959 la Revolución triunfó. El 9 de enero de 1959 fue nombrado ministro encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes Revolucionarias. Al renunciar Urrutia, presionado por el pueblo, Dorticós fue designado por el Consejo de Ministros para asumir la presidencia de la República. A la vez, el 21 de julio de 1964 pasó a dirigir también la Junta Central de Planificación (Juceplan).
Odiado visceralmente por el enemigo y, en particular por la CIA, que no podía perdonarle su eficiencia, laboriosidad y lealtad plena al Comandante, se organizaron varios atentados en su contra, uno de ellos contra su residencia. Una lancha pirata abrió fuego de ametralladoras, amparada en las tinieblas de la noche; pero no pudo lograr su objetivo de sorprenderlo, porque, como siempre, se encontraba laborando en sus oficinas hasta bien entrada la madrugada.
En 1976, la Asamblea Nacional del Poder Popular, ante un cambio estructural y después de que se hubiera desempeñado ininterrumpidamente durante más de diecisiete años como presidente de la nación, lo designó vicepresidente del Consejo de Ministros y miembro del Consejo de Estado. En enero de 1980 resultó ratificado en estos cargos y además asumió el Ministerio de Justicia y la atención de las funciones del Comité Estatal de Normalización y el Sistema de Órganos de Arbitraje. Era diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y miembro del Comité Central, así como del Buró Político del Partido Comunista de Cuba.
Su carácter, sumamente serio, rayaba en lo formal; reía poco y, cuando lo hacía era de manera mesurada; no gustaba de hacer notar su presencia nunca; era todo un caballero y, por excelencia, un hombre tímido y callado. Trabajador incansable, llegaba incluso al autoflagelo, sobre todo, tras las operaciones quirúrgicas terapéuticas que no lograban atenuarle el dolor, provocado por una grave afección en la columna vertebral; no obstante, se reincorporaba a su trabajo mucho antes de que se lo hubieran prescrito los cirujanos.
El deceso de su esposa y compañera de toda la vida, María de la Caridad Molina, aceleró su trágica decisión: el 23 de junio de 1983, se privó de la vida de un disparo. Tenía entonces 64 años de edad.
No hubo ceremonia oficial a causa de la forma en que se quitó la vida; sin embargo, sin convocatoria, de manera espontánea, un caudal de pueblo lo acompañó hasta su última morada, en reconocimiento a su lealtad, firmeza y tenaz sacrificio en aras de la causa que desde muy temprano había abrazado. Por eso, fue y seguirá siendo ejemplo de revolucionario.
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