LA MUERTE NO ES VERDAD… A 65 AÑOS DEL ASESINATO DE LOS CINCO MÁRTIRES EN SANTA CLARITA

Articulos Cientificos

Por el MSc. Félix Jorge Guerrero Vega.

Aquel nefasto 2 de octubre de 1958 cinco jóvenes recién incorporados al Ejército Rebelde fueron asesinados por fuerzas de la tiranía de Batista en la finca Santa Clarita, cercana al Crucero de La Aurora, al norte del entonces barrio de Majagua.

El 28 de septiembre de 1958 un grupo de jóvenes se encontraban inactivos en el campamento Veguitas, del Segundo Frente Nacional del Escambray. Según las investigaciones realzadas, a Miguel Rivera Martín le encomendaron la riesgosa misión de llevarle un mensaje al comandante Camilo Cienfuegos. Rivera Martín, quien se había alzado con anterioridad, se presentó en el lugar ante los bisoños soldados y pidió voluntarios para localizar la Columna No. 2 Antonio Maceo, y de ellos, cinco dieron el paso al frente. Sin embargo, de acuerdo al parte del Ejército batistiano emitido por el coronel Leopoldo Pérez Coujil, jefe del 2do Departamento Militar, fundamentaba que «Rivera, que operaba en la zona del Escambray, se introdujo en esta zona [barrio Majagua] con la misión específica de rescatar al “Che Guevara” y trasladarlo a dicha sierra». Pero realmente los hechos condujeron a la primera versión.

Las fuerzas dirigidas por el Señor de la Vanguardia avanzaban por el norte del territorio avileño, después de evadir la línea de emboscadas del Ejército en la zona de Baraguá. Por el sur lo hacía la Columna No. 8 Ciro Redondo; el comandante Ernesto Che Guevara conducía a sus aguerridos invasores por la costa llena de fango, pantanos plagados de mosquitos y jejenes que los atenazaban. El movimiento del enemigo era constante, la aviación hostigaba a toda hora y sus objetivos eran interceptar a los rebeldes e impedir su arribo a Las Villas.

Los seis jóvenes rebeldes partieron sin importarles el peligro. Cerca de Sancti Spíritus uno abandona la empresa y continuaron la marcha Miguel Rivera Martín, Pedro Méndez Morera, Antonio Castellano Herrera, Efraín Hurtado Pérez y Humberto Castellano Alonso. En las primeras horas del 2 de octubre incautaron un jeep en Jatibonico, propiedad de un politiquero de la dictadura a quien Miguel conocía con anterioridad. Para cumplir la peligrosa encomienda decidieron marchar a la zona de operaciones militares para ubicar la Columna No. 2, que ese día se encontraba acampada en Jagüeyes, finca situada al sureste de Marroquí y al noroeste del barrio de Majagua.

Rivera Martín, conocedor de la localidad, conducía el vehículo hacia el batey de Santa Ana donde vivían sus padres, al oeste del referido poblado de Marroquí. Antes pasaron por Arroyo Blanco, donde le echaron gasolina al jeep, y osadamente Miguel le mandó a decir a la guardia rural del lugar que él había pasado por allí. Partieron a toda velocidad y tomaron el camino que conducía a Marroquí, pues ya eran perseguidos por las fuerzas represivas.

En San Felipe tumbaron las cadenas que obstaculizaban el cruce para cobrar peaje. Continuaron a toda velocidad y al llegar a la altura de la finca Santa Ana, encontraron la vía obstruido por la crecida del arroyo Atollaosa. Para burlar a sus perseguidores se dirigieron hacia el sur, internándose en la sitiería hasta llegar al caserío del Crucero de La Aurora donde hicieron una breve parada frente a la tienda del español Arturo González Vázquez, sargento político batistiano. Entonces Miguel discutió con el dueño, pues este antaño le cobraba peaje indebidamente. Acto seguido continuaron viaje al norte, rumbo a Marroquí.

Según versiones de vecinos del lugar, el grupo de rebeldes tenían intención de girar al este, por el camino que conducía al caserío de Santa Fe y de allí pasar a Jagüeyes donde acampaba la Columna No. 2; pero las circunstancias le depararon un trágico final. Antes de llegar a la citada vía, a la altura de la finca Santa Clarita, divisaron un camión cargado de soldados de la fuerzas de la dictadura, perteneciente a la Compañía 88, al mando del capitán Lemus, que viajaban en sentido contrario hacia el poblado de Majagua.

Sinecio Martín Pérez[1], testigo excepcional de los hechos,testimonió:

Eran alrededor de las 11.40 de la mañana del 2 de octubre de 1958. Me encontraba desaguando un sembradío de arroz, motivado por los lluvias, temporales, propios del mes de octubre. El arrozal se ubicaba entre campos de caña de la colonia La Josefina, punto a cien metros al este del terraplén de Majagua a Marroquí. Al lado oeste de la vía quedaba la finca Santa Clarita. Salí a la guardarraya a tomar agua que guardaba en un porrón, con el objetivo de marcharme a mi casa, pues había terminado mi faena.

De repente vi avanzar, procedente de La Aurora, un jeep descapotado que en forma brusca giró al oeste del terraplén; lloviznaba y quedó sembrado en la cuneta por el fango. Todo ocurrió en instantes. En el vehículo viajaban cinco jóvenes: dos, en los asientos delanteros; tres, en los asientos laterales traseros, quienes parados se agarraban a las barandas del jeep que al detenerse de pronto, provocó la caída de uno de ellos. Dos portaban en ristre armas largas, al parecer, de poco calibre. Ello ocurrió porque vieron de frente avanzar en sentido contrario, después de una leve curva del terraplén, un camión con lona donde viajaban alrededor de 30 soldados y con una ametralladora 30 instalada en la caseta, que de inmediato comenzó a dispararles. Enseguida me oculté en el primer surco de caña.

Al inicio me impedía ver el camión una mata y arbustos de la orilla del cañaveral. Las ráfagas de la ametralladora eran ensordecedoras, se oían los disparos de fusiles calibre 30.06 y otras armas automáticas. Los rebeldes ripostaron con muy pocos disparos de calibre reducido. El primero en caer de bruces sobre el timón fue al chofer (Miguel Rivera); el segundo, que viajaba al lado en el asiento delantero, al bajarse por la derecha, cayó de corrido sobre el guardafangos abatido por las balas. Los tres restantes se desmontaron por detrás, corrieron y brincaron la cerca de alambre que da a la finca Santa Clarita; al cruzarla mataron al tercero. Ya el camión se había situado a lo orilla del jeep que quedó destrozado por los impactos, donde se concentraron todos los guardias, soldados y oficiales que disparaban sin cesar. Los otros dos rebeldes corrieron por el potrero, hacia el oeste, para alcanzar un tronco distante a unos 30 metros. Los perseguían cuatro casquitos quienes ultimaron a uno de ellos, antes de llegar a refugiarse.

Dos de los soldados continuaron la persecución del más joven, que resultó ser Efraín Hurtado García; éste, siguió para alcanzar un segundo tronco, ubicado a similar distancia del anterior, con rumbo a un montecito cercano; ya herido en un pie, cojeaba dando brincos y se cayó. Los militares alcanzaron a Efraín y descargaron sus armas en su cuerpo. Arrastrándolos por los pies, trajeron a los dos jóvenes a donde estaban los otros compañeros asesinados.

Enardecida aquella fuerza por el crimen cometido, tiraron los cadáveres en la cama de un camión de suministros que llevaban. Condujeron los cuerpos ensangrentados y mutilados hasta el poblado de Majagua, los pasaron por una de las principales calles, lo que causó consternación entre los vecinos. Antes de enterrarlos en dos fosas comunes en el cementerio local, obligaron al fotógrafo Oscar Arbezún Estévez (ignorando los asesinos que este era miembro clandestino del Movimiento 26 de Julio), a sacarles instantáneas a los jóvenes inmolados, y al grupo de clases y soldados que les dieron sepultura. Arbezún, en acto de valentía, escondió los negativos de las fotografías, las cuales sirvieron al triunfar la Revolución en 1959, para que los familiares identificaran los cadáveres de sus seres queridos y los llevaran a su lugar de origen; además, resultó prueba para condenar a los culpables por exhumación ilícita de cadáveres.

Se truncaba así la vida de aquellos jóvenes revolucionarios quienes decidieron luchar para liberar a Cuba de la dictadura que la sometía a la opresión y al crimen. Honor y gloria a los cinco mártires, al cumplirse hoy 65 años de su muerte que nunca debe olvidarse, porque como bien escribiera nuestro José Martí: «Cuando se muere en brazos de la Patria agradecida la muerte acaba, la prisión se rompe; empieza, al fin, con el morir la vida!».  


[1]Testimonio de Sinecio Martín Pérez, testigo presencial del asesinato de los cinco jóvenes, miembro del MR-26-7 y luego del PCC Municipal, en Majagua y Jatibonico donde ocupó diferentes cargos. Entrevista realizada por el historiador Félix Jorge Guerrero Vega, el 10 de febrero del 2023. Actualmente vive en el poblado Majagua, es jubilado y pertenece a la ACRC.