Por María Luisa García Moreno
En la noche del 27 de marzo de 1851, en la ventana de la hermosa Luz Vázquez Moreno, en la legendaria ciudad de Bayamo, se escucharon los acordes de una serenata. El tenor Carlos Pérez interpretaba una canción, creada por el músico Francisco Castillo Moreno, novio de la joven; el abogado Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, y el poeta José Fornaris y Luque. Sería la primera canción trovadoresca cubana y su título es “La bayamesa”.
Luz e Isabel Vázquez eran hermanas gemelas.
Luz se casó con Pancho Castillo e Isabel, con Pedro Figueredo Cisneros, Perucho. Una gran deuda tiene la historia de Cuba con esta mujer: cuando los bayameses decidieron organizarse y el abogado Francisco Maceo Osorio pidió a Perucho:
“Ahora te toca a ti, que eres músico, componer nuestra Marsellesa”, este, que era famoso por su talento al piano, empezó a componer el himno con la ayuda de su esposa poetisa y, el 14 de agosto de 1867, “[…] se abrazaron en apretado silencio cuando él terminó de interpretar aquella melodía subversiva y revoltosa que habían creado.
Esa noche, los cerca de 70 patriotas que acudieron a la cita secreta en su casa para fundar el Comité Revolucionario de Bayamo, la escucharon conmovidos”.1
De la contribución de Isabel a la creación de nuestro himno nacional ha ofrecido su testimonio Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes, Carlitos, primogénito del fundador de la nación y esposo de Eulalia, la mayor de las hijas de los Figueredo-Vázquez:
Recuerdo que un día del mes de Marzo de 1868, estábamos sentados en la sala de la casa de vivienda del ingenio Las Mangas, a una legua de Bayamo, su dueño Pedro Figueredo, su esposa Isabel Vázquez, su hija Eulalia y yo, que había ido allí como comisionado de los conspiradores. Hablábamos de la situación imperante, cuando de repente se levantó “Perucho” —como cariñosamente llamábamos al autor del himno— y sentándose al piano, que tocaba magistralmente, improvisó una marcha guerrera, que mereció nuestra aprobación. Ya teníamos la música y solo faltaban las palabras, que Isabel, su esposa, adaptó a los incipientes compases de Figueredo, que no era poeta, mientras que su esposa y mi inolvidable suegra, Isabelita, componía muy bonitos versos patrióticos, de los cuales aún recuerdan algunos, sus hijos.2
Por si no fuera suficiente, ese testimonio fue ratificado por Ángel Figueredo Vázquez, hijo de Perucho e Isabel, quien lo trasladó a Modesto Arquímedes Tirado Avilés, comandante del Ejército Libertador y primer historiador de la ciudad de Manzanillo, quien, a su vez, citó en sus Efemérides de Manzanillo, al respecto: “Mi padre compuso el himno algunos meses antes de estallar la guerra del 1868, y lo ejecutó por primera vez al piano en el mes de marzo de ese año”,3 con lo que se ratifica la fecha ofrecida por Carlitos de Céspedes. Además, fue Ángel Figueredo quien proporcionó a Tirado, el recorte del periódico veracruzano, con las declaraciones del primogénito de Céspedes.
¿Esta evidencia acerca de la coautoría o colaboración de Isabel Vázquez es insuficiente? Pudiera ser; pero lo que no puede es ser ignorada y a los historiadores toca buscar nuevas evidencias, tarea compleja pero necesaria, porque se sabe de la invisibilidad, del silencio en torno a la participación de la mujer en nuestras guerras libertarias en correspondencia con los cánones de la época, que asignaban al hombre el papel protagónico y reservaban para las mujeres el espacio hogareño. Y a esto no resulta ajena la familia Figueredo Vázquez, a pesar de que fue el propio Perucho quien ofreció a su hija Canducha como abanderada de la hueste mambisa.
La mujer patriota quedó en el anonimato no solo en su tiempo vital. La República la mantuvo así, olvidada, y lamentablemente, aunque hoy se reconoce la validez de investigar el papel de la mujer, el punto de partida sigue siendo el silencio de su tiempo. Y se hace necesario enfrentar no solo la insuficiente información, sino los prejuicios que se arrastran y se erigen como una valla infranqueable.
Vale decir que la participación de Isabel Vázquez en la creación de “La Bayamesa” —hoy, nuestro himno nacional— no es un tema inédito, pues ya distintos investigadores lo han tratado.
Al respecto resulta trascendente el artículo “Música y letra del himno nacional. Reflexiones sobre su autoría”, de Yamila González Ferrer y Paloma González Alfonzo, ambas licenciadas en Derecho, el cual ha contado con varias publicaciones.
En su trabajo estas autoras plantean:
¿Qué lectura podemos darle desde el derecho de autor a estos pasajes de nuestra historia, escrita desde la mirada masculina hegemónica, que solo vio en la mujer la ayuda, el apoyo, la compañía y no la participación activa y militante, y que aún hoy, se siguen trasmitiendo de esa manera, aunque hayan cambiado los tiempos y el reconocimiento de los derechos de la mujer sea una realidad? ¿En qué consistió la “ayuda” que Isabel le diera a su esposo? ¿Qué alcance tendría en realidad esa “ayuda” cuando hablamos de una mujer con dotes literarias en una obra cuya letra reúne seis estrofas?4
Por su parte, la Dra. Caridad Valdés, profesora titular de Derecho Civil de la Universidad de La Habana, ha considerado:
[…] el concepto de colaboración también se extiende, en sentido amplio, a obras creadas por dos o más personas que aportan contribuciones individualizables, esto es, aportaciones creativas que pueden constituirse per se obras separables del todo común, pero que se fusionan por voluntad de los coautores, ligados por una inspiración que comparten. Aquí el resultado unitario no difumina la distinción entre las diferentes participaciones, que pudieran ser separables sin alterar la naturaleza de la obra. Es el caso […] de la canción “La bayamesa”, cuya letra es de José Fornaris y la música corresponde a Francisco Castillo Moreno y Carlos Manuel
de Céspedes; o el caso, menos conocido, recién investigado como expresión de la discriminación de género también en el ámbito de la creación, de nuestro propio himno nacional, que siempre se creyó creado en su totalidad por Perucho Figueredo, cuando
todo parece indicar que solo compuso la música, pues la letra fue creada por Isabel Vásquez, su esposa.5
Adriana Mani, historiadora contemporánea interesada en estos enfoques de género, expresa con toda justicia:
Es comprensible que los historiadores sean conservadores en el asunto; pero lo cierto es que parece que arrastramos y compartimos la discriminación […] De esa manera, los cientistas sociales admiten el anonimato de la mujer cubana en la guerra. La pregunta correcta sería:
¿qué es lo que en la ciencia histórica no se puede superar: el anonimato o la discriminación a la mujer?6
El tema está planteado. Corresponde a los historiadores hallar las evidencias y respuestas definitivas.
1 Ernesto Limia: Cuba Libre: la utopía secuestrada, Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2015, p. 185.
2 Diario Comercial, Veracruz, 5 de noviembre de 1897.
3 Cit. por Mario Cobas Sanz: “Pedro Figueredo: hombre de cultura”, en https://culturayresistenciablog.wordpress.com/2018/02/16/pedro-figueredo-hombre-de-cultura-por-mario-cobas-sanz/
4 Yamila González Ferrer y Paloma González “Música y letra del himno nacional. Reflexiones sobre su autoría”, en Andry Matilla y otros: Temas de historia del derecho y derecho agrario, Editorial UNIJURIS, La Habana, 2013, p. 134.
5 Cit. por Paloma González Alfonso: Una mirada de género al derecho de autor del siglo XIX cubano (trabajo de diploma, Universidad de La Habana, 2011.
6 Adriana Mani Benítez: “Mal Tiempo: soledad o anonimato”, en Manuel Fernández Carcassés y Damaris A. Torres Elers (comp.): La epopeya de la invasión a occidente. 1895-1896, Ediciones UNHIC, La Habana, 2021, p. 286.