Por María del Carmen Ariet García1
Fidel y el Che, dos figuras unidas por una historia reciente… Evoco momentos en los que se ven involucrados sin imaginar la magnitud de las acciones y proyecciones pensadas en su afán por transformar la realidad y alcanzar la plena libertad de los pueblos de nuestra región.
De esas inquietudes, resalta la identificación nacida entre Fidel y el Che al conocerse en México, en 1955. En el caso del joven Fidel, su meta primaria era luchar por derrocar al tirano Batista; había dedicado su juventud a organizar y fundar un movimiento capaz de proyectar una política de cambios, con el objetivo de alcanzar un fututo digno y de plena participación del pueblo. Ese era el verdadero sentido del camino que había adoptado con el apoyo de una juventud ávida de tener un espacio decoroso y al que se sumaría todo un pueblo para dar paso a un proceso que haría historia no solo a nivel regional, sino que trascendería a niveles internacionales.
A la vez, el joven Ernesto Guevara, por caminos diferentes y con iguales propósitos, comenzó una búsqueda que transitó por lo conceptual hasta encontrar la ruta que lo conduciría a una práctica dirigida a soportar la experiencia necesaria para avalar lo que, después, se convertiría en el verdadero objetivo y sentido de su existencia como revolucionario. En un inicio se trataba de auscultar el entorno, obtener las respuestas necesarias a sus inquietudes primarias e ir penetrando en una realidad desconocida, donde encontraría las sendas que le irían acercando a verdades soslayadas hasta el momento y, al ir conociéndolas, pudo adentrarse en sus raíces esenciales para comprender América Latina.
Esa especie de inspección la realiza en sus primeros viajes por el continente, entre 1951 a 1954, cuando va construyendo una especie de tejido del que nunca pudo escapar y en el que encuentra la verdadera percepción de la política y su dimensión sociológica, junto a los componentes esenciales de la historia y la cultura propias de nuestros pueblos.
En el joven Fidel primaba la resolución irrevocable de alcanzar la justicia y libertad plenas anheladas por el pueblo cubano, a lo que se sumaba su proyección latinoamericanista avalada, por su apoyo a los movimientos y países que esperaban solidaridad en su entorno. Así se dieron su participación en los sucesos conocidos como “el Bogotazo”, en Colombia, mientras preparaba un evento de juventudes; su apoyo al derrocamiento del tirano Trujillo, en República Dominicana, y su solidaridad con el hermano pueblo de Puerto Rico, por solo enumerar algunos que le dejaron profundas huellas. A esos ingredientes no les faltó su fervor por el más universal de los cubanos, José Martí; su plena identificación con Bolívar y sus luchas por la independencia de España y, en especial, su visión de la lucha en función de la unidad de América Latina.
El recuento sería muy extenso, pero lo apuntado permite comprender la identificación entre ambos, cuando se encuentran en México en julio de 1955. Habían vivido, además, situaciones similares: en el caso de Fidel, al ser liberado de la prisión por el asalto al cuartel Moncada, y en el caso del Che, por haber sobrevivido a la experiencia del derrocamiento de la revolución guatemalteca por la tropas mercenarias financiadas por Estados Unidos, en 1954.
México sirve de puente para el contacto entre ambos. Fidel estaba empeñado en organizar las fuerzas para trasladarse a Cuba y comenzar la lucha y el Che comprometido a participar en su empeño por encontrar lo que denominaba “sus caminos de revolución”.
Gracias a una costumbre inveterada del Che desde su adolescencia, todo lo que para él tenía un significado era anotado en cuadernos o papeles, como una especie de archivo personal nómada con el que cargaba en todos sus viajes. Una costumbre que sirvió para bien, porque ha permitido un acercamiento más documentado y objetivo a la realidad circundante. Es en el diario de viaje que escribiera durante su segundo recorrido por el continente, publicado como Otra vez, donde se encuentra la primera valoración e impresión sobre Fidel: “[…] el revolucionario cubano, muchacho joven, inteligente, muy seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia; creo que simpatizamos mutuamente”.
Estas breves líneas representan el inicio de una unión nutrida de vivencias e intereses comunes de hermandad y de lucha, en facetas que han sido valoradas por Fidel como una confluencia armónica, al nacer, sin dudas, uno de los binomios más trascendentes de las luchas en nuestro continente, originado desde esos primeros encuentros, cuando el propio Fidel, en entrevista concedida a Frei Betto en 1985, expuso:
Conocí al Che cuando salí de la prisión y marché a México […].
[…] Era estudioso del marxismo-leninismo, autodidacta, era un convencido. Y la vida le fue enseñando […] así que cuando nosotros nos encontramos con el Che, ya era un revolucionario formado, además, un gran talento, una gran inteligencia, una gran capacidad teórica […].En una simple lectura de esas palabras resulta fácil percibir la comunión de criterios y la enorme admiración surgida, nunca detenida y corroboradas en el camino seguido.
En todos estos tiempos difíciles, llenos de sueños y realidades, en parte alcanzados, hoy como ayer, emerge la presencia del Che y su ejemplo permanente junto a Fidel, desde la lucha en la guerrilla, en los años fundacionales de la Revolución al ocupar sus primeras responsabilidades y, después, como dirigente en la transición al socialismo, en su empeño por construir una nueva sociedad.
Todo ese quehacer forma parte de las ansias y el empeño por contribuir a la forja de un mundo mejor y ha estado impulsado por páginas de solidaridad e internacionalismo, que se agigantan hoy al cumplirse el 55 aniversario del asesinato del Che en Bolivia, donde su entrega sin límites lo condujo a tratar de alcanzar, en sus propias palabras, la condición de revolucionario, “el escalón más alto de la especie humana”.
Quién mejor que Fidel al expresar la importancia de esa entrega, cuando le escribe una carta al Che durante su estancia en Praga, posterior a su salida del Congo, para tratar de convencerlo de que regresara a Cuba y realizara aquí el entrenamiento con el resto de los compañeros seleccionados; en ella le precisa: “[…] escribo con entrañable afecto y la más profunda y sincera admiración a tu lúcida y noble inteligencia, tu intachable conducta y tu inquebrantable carácter de revolucionario íntegro […]”.
Se cierra así un ciclo donde los sueños y realidades se integran para dejar su huella en la historia convertida en futuro.
1 Doctora en Ciencias. Investigadora del Centro de Estudios Che Guevara.
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