Por María Caridad Pacheco González*
El 11 de junio de 1959, en sesión del Consejo de Ministros, Fidel Castro anunció que el ministro de Estado, Roberto Agramonte Pichardo, sería sustituido por el doctor Raúl Roa García (La Habana, 18 de abril de 1907-La Habana, 6 de julio de 1982). Su designación fue resultado del momento histórico, en que el poder revolucionario se hacía cargo del gobierno, ocupado hasta entonces por tibios reformistas y traidores a la patria, con el propósito de dar un nuevo rumbo a la sociedad cubana.
Para Roa, aquello significó el “retorno a la alborada”, el regreso a sus años mozos allá por los años treinta, cuando había tenido lugar la primera revolución antimperialista en la historia de Cuba. Fidel había encontrado en él un intérprete idóneo de sus concepciones acerca de la diplomacia revolucionaria.
Miembro en su juventud de la Liga Antimperialista de Cuba, de la Universidad Popular José Martí y del comité de redacción de la revista América Libre, que dirigía Rubén Martínez Villena, había combatido la dictadura de Gerardo Machado, por lo que sufrió persecuciones y cárcel. Se había proyectado contra la prórroga de poderes y con el Ala Izquierda Estudiantil.
Con la guía de José Martí, el Apóstol, y de Julio Antonio Mella, iniciador del movimiento de reforma universitaria y fundador del Partido Comunista de Cuba, Roa nunca faltó a las citas con el deber. Con Pablo de la Torriente Brau militó en la Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista (ORCA).
Tras la frustración del proyecto revolucionario, bajo la mediación de embajadores yanquis apoyados por el entonces coronel Fulgencio Batista, Roa se vio obligado a partir al exilio; pero nunca renunció a sus ideales. DE nuevo en Cuba, prosiguió su prédica desde la cátedra universitaria y el periodismo. El golpe del 10 de marzo lo llevó a un nuevo exilio. En México fundó el periódico Patria y la revista Humanismo, en cuyo local comenzó una entrañable amistad con un joven médico argentino que todavía no se llamaba Che.
La maduración política y cultural de Roa en los años treinta lo preparó para asumir las nuevas tareas que la Revolución de Fidel ponía en sus manos. Tras su breve paso por la Organización de Estados Americanos (OEA) —en más de una ocasión, señaló que era apenas un “ministerio de colonias”—, se hizo cargo del entonces Ministerio de Estado, el cual adecuó a la línea revolucionaria. Depuró sus filas de pusilánimes y respetó los puestos a los antiguos funcionarios sin vinculación con la tiranía.
Fue suya la propuesta, en diciembre de 1959, de crear el Ministerio de Relaciones Exteriores. Con el cambio de denominación, transformó también su estructura y funciones, convirtiendo un organismo que había sido herencia de la república neocolonial, dependiente del imperialismo, en uno ejecutor de la política exterior de la Revolución Cubana. Llevó a todos los confines del mundo la voz de una Cuba independiente, de un país que transformó su actitud plegada a los intereses norteamericanos en una política de principios, siempre en defensa de causas justas y nobles.
Como ministro, dejó en quienes lo conocieron una profunda huella, porque le preocupaba desde el más humilde de los trabajadores hasta el más prominente de los embajadores o funcionarios de su ministerio, a lo cual se unía su proverbial sentido del humor que le granjeaba la simpatía de todos.
De su brillante hoja de servicios a la Revolución y a la Patria, lo más conocido es el título de Canciller de la Dignidad, con que lo honraron los pueblos de Cuba, América y el mundo, con el cual ha pasado a la historia. No solo por la dignidad con la que representó a su país, sino por las batallas que libró frente al enemigo ideológico en la OEA y en las Naciones Unidas, con su verbo vibrante, mordaz y elocuente, defendiendo las causas justas de los pueblos de Nuestra América y de los pueblos oprimidos de todo el mundo.
¿Cómo no recordar sus batallas tribunicias en los momentos dramáticos de la invasión de Girón y durante la Crisis de Octubre, en San José, Costa Rica, a finales de agosto de 1960, cuando, ante las denuncias de Cuba en la OEA, anunció su retirada y dijo: “Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también los pueblos de nuestra América”; el gesto insólito de castigar con su propia mano en Naciones Unidas al representante del gobierno de Pinochet a pocos días del golpe de Estado a Salvador Allende; su accionar en el Movimiento de Países No Alineados, en el que fue uno de los artífices de la integración de Cuba; y en la primera Conferencia Tricontinental (La Habana, enero de 1966), encaminada a la lucha por la independencia de los pueblos de Asia, África y América Latina, y a denunciar el apartheid y la guerra contra Vietnam?
Miembro del Comité Central del PCC desde su constitución en 1965 y vicepresidente de la Asamblea Nacional, el Canciller de la Dignidad conjugó su estilo de agitador estudiantil de los años treinta —armado de una amplia cultura y un profundo conocimiento del drama de los pueblos— con un inefable y profundo amor por la humanidad.
Secretaria de Divulgación y Relaciones Públicas de la Unhic.
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