Por María Luisa García Moreno
José Martí, quien cuando el estallido redentor era apenas un jovencito de quince años que se convertiría en un combatiente clandestino en La Habana y por ello sufriría cárcel y destierro, consideró siempre el 10 de Octubre como fecha fundacional y a sus protagonistas, como héroes: “[…] Esta fecha, este religioso entusiasmo, la presencia—porque yo siento en este instante sobre todos nosotros la presencia de los que en un día como este abandonaron el bienestar para obedecer al honor—de los que cayeron sobre la tierra dando luz, como caen siempre los héroes […]”.1
Durante su fecundo exilio en Nueva York, una y otra vez participó en las actividades conmemorativas y en cada ocasión pronunció hermosos discursos. No puede olvidarse que el Apóstol —calificativo que le fue otorgado, en una de aquellas citas con la Patria por un Gonzalo de Quesada emocionado aún por las vibrantes palabras escuchadas— era un orador extraordinario. La siguiente anécdota, contada por el propio Martí, da testimonio de ello: “Un día en que la pluma que esto escribe se había hecho palabra, vino a abrazarme un gran artista mexicano, indio, de ojos pequeños, desgarbado, feo, el pobre Alamilla, un genio muerto: y me puso en las manos una tarjeta que había dibujado para mí mientras yo hablaba: Por campo extenso y limpio venía a todo vapor, en arrogante curva, una locomotora”. Y pienso que sí, que esa es la impresión que Martí tiene que haber causado en sus contemporáneos. Dueño y señor de la palabra, hablada o escrita, pero reflejo de una profunda inteligencia, aquel hombre, con su verbo elocuente, arrastraba tras sí multitudes, como una locomotora.
Por eso, su valoración del Grito de Yara resulta crucial: “Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear […] cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: ‘¡Ya sois libres!’.2
Sin embargo, no era solo un recuerdo y un homenaje de admiración al heroico pasado. Para Martí estaba claro que el 10 de Octubre convocaba al futuro: “Tanta era la desigualdad, que el primer sacudimiento no bastó para echar a tierra el edificio abominable, y levantar la casa nueva con las ruinas” y era necesario concluir la obra de los fundadores: “[…] El observador juicioso estudia el conflicto; se reconoce deudor a la patria de la existencia a que en ella nació; y cuando […] el sacrificio es indispensable y útil, marcha sereno al sacrificio, como los héroes del 10 de Octubre, a la luz del incendio de la casa paterna, con sus hijos de la mano”.3 Para Martí no había dudas de que la gesta iniciada el 10 de Octubre reclamaba su continuación: “[…] Lo que nos ordenan aquellos brazos alzados, lo que nos suplican aquellos ojos vigilantes […] es que […] completemos la obra de la revolución con el espíritu heroico y evangélico con que la iniciaron nuestros padres, con todos, para el bien de todos […]”.4
No perdamos de vista que estas palabras fueron pronunciadas en 1888, cuando aún no se había fundado el Partido Revolucionario Cubano, porque ello nos da la medida de que, de una u otra forma, la libertad de la Patria oprimida y la organización de la lucha por su independencia siempre estuvieron presentes en Martí. Y ya, desde esa fecha, exhortaba: “[…] ¿Cuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos? ¡Aquí estamos para cumplir lo que nos mandan, de entre los árboles que nos esperan con nuevos frutos, los ojos que no se cierran, las voces que no se oyen, los brazos alzados!”.5
De igual modo, precisaba el deber de todos —“[…] Todo lo de la patria es propiedad común, y objeto libre e inalienable de la acción y el pensamiento de todo el que haya nacido en Cuba. La patria es dicha de todos, y dolor de todos […]”6— y la responsabilidad de las nuevas generaciones: “[…] la sangre de los padres corre por las venas de los hijos […]”.7 En este discurso pronunciado en el Hardman Hall en 1890, diría palabras trascendentes acerca de la guerra iniciada el 10 de Octubre y concluida vergonzosamente con el Pacto del Zanjón, firmado en el Camagüey cuando aún las armas mambisas cosechaban victorias en Oriente —“Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos […]”8—, palabras que luego, de otra forma, también diría Fidel: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.9
Otras frases de ese discurso de 1890 constituían un mandato, una orden: “[…] un pueblo que entra en revolución no sale de ella hasta que se extingue o la corona”10
bre o “[…] La razón es nuestro escudo. La lanza, la que recogimos de la mano de nuestros muertos”.11
Y una vez más, el respeto y la veneración a los héroes: “[…] ¡Y todo el que sirvió, es sagrado!”12
Por su parte, Fidel se refirió en innumerables ocasiones al 10 de Octubre y su significado en la historia de Cuba, valoró muchas veces la figura del Padre de la Patria. Una ocasión temprana en que trató el tema fue cuando, recién salido de la Cárcel Modelo de Isla de Pinos y tras haber comprobado que no existían condiciones para la lucha cívica, expresó: “Cerradas al pueblo todas las puertas para la lucha cívica, no queda más solución que la del 68 y la del 95”,13 con lo que manifestaba con claridad que la lucha que pretendía librar era una continuación de nuestras guerras libertarias, anticipada expresión de lo que luego definiría en su concepto de los “cien años de lucha”.
Por eso, quizás, fue en el discurso pronunciado en la velada conmemorativa de los cien años de lucha, el 10 de Octubre de 1968, donde con más precisión puntualizó: “¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”.14
Y, a continuación, precisó sobre Carlos Manuel de Céspedes: “No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la historia”.15
El hecho de que los dos cubanos más universales manifestaron su respeto por esta fecha fundadora es, sin lugar a duda, índice de lo que a los cubanos de hoy nos corresponde en el homenaje a los héroes y en la lucha por preservar esa independencia que comenzamos a conquistar el 10 de Octubre.
1 José Martí: “Discurso pronunciado el 10 de Octubre de 1887 en Masonic Temple”, en Obras completas, t. 4, Colección digital, Centro de Estudios Martianos, 2007, p. 215.
2 Ibidem.
3 José Martí: “Discurso pronunciado el 10 de Octubre de 1889 en Masonic Temple”, en ob. cit., pp. 236-237.
4 Ibidem, p. 238.
5 Ibidem.
6 Ibidem, pp. 238-239.
7 José Martí: “Discurso pronunciado el 10 de Octubre de 1890 en Hardman Hall”, en ob. cit., p. 248.
8 Ibidem, 248.
9 Fidel Castro: “Discurso pronunciado el 17 de noviembre La Habana”, en www.gobierno.cu/discursos bre del 2005 en el Aula Magna de la Universidad de
10 José Martí: “Discurso pronunciado el 10 de Octubre de 1890 en Hardman Hall”, en ob. cit., p. 248.
11 Ibidem, p. 255.
12 José Martí: “Discurso pronunciado el 10 de Octubre de 1891 en Hardman Hall”, en ob. cit., pp. 259-260.
13 Agustín Alles: “Opiniones sobre el regreso de Prío: Fidel Castro”, en Bohemia, La Habana, 10 de julio de 1955.
14 Fidel Castro: “Discurso pronunciado la velada conmemorativa de los cien años de lucha, efectuada en Demajagua, Manzanillo, el 10 de Octubre de 1968”, en www. gobierno.cu/discursos
15 Ibidem.
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