REVISTA EL HISTORIADOR

REVISTA CUBANA DE HISTORIA
Publicación científica y divulgativa

PUBLICACIÓN CUATRIMESTRAL
DE LA UNIÓN DE HISTORIADORES DE CUBA
Año 8 – NO. 20– MAYO – AGOSTO – 2022 – TERCERA ÉPOCA

DIRECTOR: Jorge Luis Aneiros Alonso
COORDINADORA: Mildred de la Torre Molina
EDICIÓN: María Luisa García Moreno
DISEÑO Y REALIZACIÓN: José R. Lozano Fundora
CORRECCIÓN: Catalina Díaz Martínez
EN PORTADA: Cartel de Navya, India, presentado en la exposición “Let Cuba Live”, convocada por el Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Correo electrónico: mildredelatorre@cubarte.cult.cu

CONSEJO EDITORIAL

Jorge Luis Aneiros Alonso
Fabio Fernández Batista
Israel Escalona Chadez
María C. Pacheco González
Francisca López Civeira
Mildred de la Torre Molina
María del C. Barcia Zequeira
Pedro Pablo Rodríguez López
Servando Valdés Sánchez

CONSEJO ASESOR
Eduardo Torres-Cuevas
Yoel Cordoví Núñez
Marlén Vázquez Pérez
René González Barrios
Fernando Rojas Gutiérrez
Félix Julio Alfonso López

Impresión

Poligráfico Enrique Núñez Rodríguez, Villa Clara, Empresa Soygraf.

ISSN: 1609-185X

Portada y sumario del No.20 / año 2022

La historia de los pueblos

Mucho se ha insistido, en los congresos de historia, coloquios y encuentros, formales o no, acerca de la necesidad de investigar el papel de los pueblos en los movimientos políticos revolucionarios.

Por lo general, el concepto se ha definido en el sentido de las luchas políticas y sociales de los sectores populares o de las masas más empobrecidas durante una época en una sociedad histórica determinada. Lo cierto es que poco se ha debatido en torno a las definiciones teóricas emitidas por José Martí y los marxistas, entre ellos, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui y Fidel Castro. De este último, el referente más notorio está en su conocido alegato La historia me absolverá.

Lo anterior está estrechamente relacionado con los escasos debates sobre la filosofía de la historia y su importancia para el entendimiento de los problemas teóricos y metodológicos en el quehacer investigativo. Necesario resulta abrir estos espacios de discusión en torno al tratamiento historiográfico sobre un tema tan recurrente en la historia, independiente de la especialidad que ostenten los investigadores y docentes.

La historiografía precedente al triunfo revolucionario de 1959 no se caracterizó por estudiar las luchas populares. Su énfasis estuvo en las contiendas independentistas y en su liderazgo, aunque no soslayó la presencia de los esclavos, libertos, campesinos y, en menor medida, de los obreros durante las tres guerras de liberación nacional. El enfoque prevaleciente fue el de destacar la capacidad de convocatoria de los líderes sobre dichos sectores carentes de fortuna. Obviamente, no pasó por alto la valentía y el arrojo de quienes también ofrendaron sus vidas por la causa que defendían, con independencia del llamado de los amos, propietarios y jefes militares. Sin embargo, el interés mayor fue destacar el protagonismo de las elites, fuesen civiles o no. Desde entonces y hasta nuestros días, salvo estudios muy puntuales y específicos, las masas constituyen una categoría abstracta. Por excepción, porque no conformaron una tendencia mayoritaria, se desarrollaron investigaciones acerca de determinados sectores sociales vinculados de forma directa con la economía y la pobreza secular. Fueron, más que acercamientos epistemológicos, rupturas con las entonces historias oficiales con fines docentes y académicos.

Exponentes de dicho retador movimiento historiográfico fueron José Luciano Franco Ferrán, Juan Jiménez Pastrana, José Rivero Muñiz, Luis Horrego Stuch, Gualterio Carbonell y Antero Regalado, entre otros, sin omitir a Emilio Roig de Leuchsenring, Raúl Cepero Bonilla, Ramiro Guerra Sánchez, Carlos Rafael Rodríguez Rodríguez, Julio Le Riverend Brusone y Juan Marinello Vidaurreta, como defensores del antimperialismo y la justicia social.

Guiados por la necesaria reivindicación de los olvidados durante la república burguesa neocolonial, la nueva oleada de historiadores, gestada gracias a la reforma universitaria y como parte de los aires emancipadores de la Revolución Cubana, desplegó sus labores conjuntamente con quienes abrieron los caminos del conocimiento histórico. De esa forma, mancomunados por la institucionalización de los sectores científico, artístico y literario, emprendieron nuevas empresas investigativas cuyo saldo rebasa este editorial.

Lo cierto es que nació una tendencia, aún digna de análisis, entonces denominada “la gente sin historia”, cuyos protagonistas iniciales fueron Juan Pérez de la Riva y Pedro Deschamps Chapeaux; ambos simbolizan esa conjunción de intereses gestada en la escuela del eterno sabio Fernando Ortiz Fernández. Muchos fueron los esfuerzos de los historiadores alineados en dicha concepción historiográfica por mostrar el interior de nuestras sociedades y salvar del ostracismo y el silencio secular a quienes protagonizaron, también, la lucha por el mejoramiento social.

Bien puede asegurarse que los estudiosos de la mencionada gente sin historia facilitaron la apertura de la historia social de los años noventa del siglo pasado. Ciertamente, a escala internacional, a partir de los inicios de esa década, se produjo la emersión pública de dicha disciplina, con énfasis en los estudios sobre la esclavitud.

Es sabido, además, que se fortaleció el intercambio entre nuestros especialistas con los del resto del mundo, en particular con los norteamericanos y europeos. Cuestión posible por la apertura de las políticas culturales y el desarrollo cualitativo de las investigaciones en el país.

Lo antes expresado debe tenerse en cuenta en el momento de hacer la necesaria recapitulación del quehacer científico, en tanto de manera injusta se sobredimensiona lo exterior y se desconocen los logros historiográficos nacionales, sin los cuales no es posible el necesario entendimiento y la adecuada asimilación de lo que se investiga y publica en el resto del mundo. Con profundidad y aciertos epistemológicos se van develando las incógnitas de un mundo tristemente silenciado por los que no entendieron, o no entienden, el valor espiritual de los pueblos empobrecidos por las sociedades clasistas.

Ese empeño debe continuar. Es necesario extenderlo a los estudios poscoloniales. La república burguesa y neocolonial, así como la sociedad actual constituyen grandes retos para los historiadores. Hay aciertos encomiables en lo relativo a la estructura económica y socioclasista, la cultura en su dimensión universal, los movimientos políticos, la sociabilidad y el sistema institucional; pero aún queda mucho por hacer en lo relativo a la forma de vivir y crear de la gente común.

Los retos son mayores a lo construido; pero sabemos andar con la esperanza de la victoria.

Así nos enseña la historia de los pueblos.